No sé si lo que voy a decir se acerca un poco a las intenciones que tuvo el colega Germán Danilo Hernández, cuando estaba escribiendo su reciente novela “Coctel de fuego”, pero quiero creer que se trata de una lastimosa oda a la soledad de Javier y Mary, los personajes principales.
Es probable que el objetivo que con antelación se planteó Germán Danilo esté muy lejos de lo que acabo de plantear, pero espero que comparta conmigo la idea del maestro José Luis Garcés, quien afirma que el lector también se erige como coautor, puesto que termina descubriendo cosas que, tal vez, ni el mismo autor se propuso.
La soledad de Javier, el barman-espectáculo de la taberna Casa Blanca, está bien enmarcada dentro de la semioscuridad matizada por algunas luces de colores e impregnada por el perfume de las muchachas que se dedican a cazar turistas en la Plaza de los Coches.
Una de esas es Mary, quien, además de hermosa, es dueña de una dignidad de acero que le permite revestir de clase su putería, lo que no impide que también sea un buen ser humano lacerado por las circunstancias del pasado, lo mismo que Javier, un exmilitar, quien además carga sobre su memoria los días en que le tocó presenciar de cerca las muertes de sus compañeros o accionar su arma para matar guerrilleros antes de que el muerto fuera él.
Su amor por Mary es sincero, pero ella, pese a las soledades que resiste en sus hombros, no desea enredarse en amores mientras sus transacciones sexuales con lavadores de activos, esmeralderos y potentados extranjeros le van mostrando un camino que posiblemente la aleje para siempre de la Plaza de los Coches.
En algunos tramos el relato parece una crónica periodística, lo cual es comprensible si se tiene en cuenta que quitarse la camiseta de periodista de un día para otro, no ha de ser una tarea tan fácil para un curtido periodista como el que nos ocupa.
Sin embargo, también hay pasajes de una indiscutible exquisitez literaria como cuando Javier y Mary pasean por las calles de Centro, entre conjuntos de música folclórica, bailarinas de pieles sudorosas y esferas de candela que alegran las veladas de los turistas, así como se apasiona el corazón de ambos viendo las embarcaciones luminosas que atraviesan en silencio la noche de la bahía.
Pero el barman y la dama, a pesar de sus continuas compañías, están solos. Javier intenta derrotar su soledad aferrándose al espíritu de Mary, quien, a su vez, pugna por deshacerse de la suya entre los oropeles del poder que se asoma por el filo de los bolsillos de quienes le brindan cocteles de fuego y costosos amores de cama.
A final de cuentas, Javier se queda solo en este universo desde la madrugada en que un coctel de balas hace que Mary, y dos de sus compañeras, caigan rendidas para siempre ante los pies del Reloj Público.
