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Columna

El dolor en los tiempos del COVID-19

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La solidaridad con los humildes y los caídos en desgracia es el signo distintivo de los pueblos civilizados, sin embargo, los historiadores de cabecera exaltan en demasía al guerrero ambicioso, gastando muy poca tinta y papel en aquel que se comporta como Buen Samaritano.

Y es que, en tiempos de tempestades, cuando los escudos y las armas se tornan inservibles, buscamos apresuradamente, incluso los ateos, al Ser de Luz que anida en la conciencia para que disipe aquellos vientos huracanados que no aceptan jáquimas, celdas ni comisiones.

Pero los humanos tenemos mala memoria: concedido el milagro, brota nuevamente el espíritu belicoso, usurero e irracional, tatuado a nuestros genes, y rápidamente, volvemos a transitar los caminos tramposos, derrochamos el agua, extinguimos la clorofila; envenenamos el aire, acaparamos los frutos y las vituallas al mismo tiempo que castramos derechos y libertades.

Por aquí pasaron todas las pestes de los últimos siglos, dejando hileras interminables de cadáveres insepultos, ríos de lágrimas que, sin embargo, se evaporaron en la insensatez y el olvido de aquellos pocos que sobrevivieron.

Duele recordar la viruela con su puñal ponzoñoso, el brote maligno del sarampión, los paroxismos eternos de la tosferina y el cólera con su diluvio de vómitos y diarrea, en aquel tiempo de los amores furtivos.

Extinguida la tempestad, los dueños del poder ofrecen soluciones efímeras y ventajosas creyendo, ingenuamente, que podrán sobornar las fuerzas de la madre naturaleza quien, indignada y en silencio, encuba nuevamente serpientes gigantescas, capaces de arrasarlo todo a su paso, importándole un bledo medallas, diplomas ni pedigríes.

¿Cómo entender que insistimos en que deben lavarse las manos con agua y jabón donde no tienen ni jabón ni agua y, que se queden en casa, cuando se sobrevive en los pretiles?

Sí, precisamente ahora, cuando el virus toca a la puerta, debemos estar preparados para devolverle a las constelaciones, debidamente inventariados, todos los hilos con los que nos trenzaron las entrañas y tejieron nuestros sueños.

Y en medio del fragor de la batalla contra el voraz e invisible enemigo, quizás aprenderemos que, esencialmente, todos somos iguales, que los médicos, ascensoristas, camilleros, auxiliares y enfermeras son tan importantes como los goles de Messi y las caderas de Shakira; que banqueros, gobernantes, tiranos y magnates de este arisco planeta, son iguales de frágiles que los indígenas sedientos de La Guajira e idénticos al tozudo agricultor de los Montes de María.

*Pediatra

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