Es solo una célula, cierto, ¡pero es una célula súper especial!
Primero, porque se construye a partir de dos mitades: una la proporciona el hombre, y la otra mitad, la mujer; es decir, tiene dos dueños. Segundo, porque esa nueva célula tiene una característica especial: se va a convertir, muy rápidamente, mediante divisiones sucesivas, en un complejísimo organismo nuevo, inteligente, creativo y autónomo; preparado para transformar el entorno vivo e inerme, y para reproducirse, haciendo posible que la especie se perpetúe. Y tercero, porqué salvadas excepciones, ese organismo nuevo será superior evolutivamente, a los que le dieron origen: sus progenitores.
No es verdad, como afirman las feministas, que se trata de un montón de células que la mujer que le da hospedaje, puede expulsar sin más consideración que su voluntad; dizque porque ellas son libres, autónomas y ‘dueñas de su cuerpo’. En la práctica proceden así, pero pretender convertirlo en un derecho, no. Eso merece una reflexión profunda, que debe ser abarcada desde el punto de vista moral, antropológico, social y emocional. Ellas pueden ser dueñas de su cuerpo, todos lo somos, pero así como un hotel no es dueño de sus huéspedes, no son dueñas de esa ‘súper célula’, de ese nuevo ser. Para ser justos, esa célula es dueña de sí misma.
Ese es un punto. El otro es que la mujer (la hembra en todo el reino animal, miren no más a las abejas) es protegida por la comunidad, que sabe que, sin ellas, motivo y fuente de amor, la humanidad sería muy triste y desgraciada (a quien cantarle y escribirle poemas, por ejemplo), y la especie humana desaparecería. También es ella el actor principal en la selección natural, y en la evolución de la especie. Salvo, quizás las perras, que se aparean con cualquier macho (de ahí que sea sinónimo de prostituta) en el reino animal la hembra selecciona el más apto para aparearse; la mujer, según el medio en que se encuentre, el más guapo, fuerte, inteligente o adinerado, y el ovulo a su vez, el primero entre los millones de pretendientes que compiten por fecundarlo. En otras palabras, la mujer escoge el mejor haciendo posible que la descendencia supere a sus progenitores. Ese algoritmo femenino de optimización, creo yo, es el culpable de su patológica inconformidad.
Y, por último; ¿para qué quieren poder si tienen en su naturaleza (en sus algoritmos) el ‘más grande’ de todos los poderes: el del amor y la seducción? Los políticos lo reconocen así, y lo fingen en busca de votos que le den poder. Bueno, para ser justos, de Uribe para acá son racionales. Y no creo equivocarme al decir que todo lo que el hombre hace (al menos mientras esté apto) es buscar mujer en la que depositar sus genes: poder, dinero, admiración, todo está subordinado, o es un medio para conseguir ese fin.
*Ing. Electrónico, MBA.