Ni tanta, como rotundamente afirma Caballero que hay en Colombia. Ni la que hay ‘malosa’, tenga que ver con el ADN, o con el ‘parche genético’ tan peculiar de esta nación, cuya profusa variedad racial descartó nuestro pionero de la genética humana, Emilio Yunis Turbay, de Sincelejo (Sucre), como factor incidente en comportamientos anómalos cada vez más crecientes, más de índole cultural que de insondables extravíos genéticos.
El que la farándula de todos los pelambres, entrevistadores y entrevistados, acuda a una zalema de cajón como la de que lo mejor que tenemos por estos pagos criollos es la gente, tan desgastada como la de ‘todo bien... todo bien’, muy a pesar de que todo no está bien, no pasa de ser una carencia léxica, un cumplido insulso o, una deficiencia neuronal.
Que, es de presumir acusamos los humanos en proceso de hominización aún, sea cual fuere su contextura étnica, coeficiente intelectual, nivel de escolaridad, cultural y de relacionamiento entre semejantes, lo cual da para decir que no es exclusividad de los colombianos.
Y menos, como suelen proclamar con fanfarronería y aires de superioridad racial y geográfica algunos de nuestros arquetipos humanos, afectados de prepotencia para infamar de quienes creen y asumen inferiores a ellos por ser de geografías distintas de las suyas, verbigracia pastusos y costeños.
En lo que no está exagerando Caballero es en la cada vez más creciente taifa de ladrones que pueblan nuestro parche racial y geográfico, de entre la cual es altamente reveladora por su agilidad y destreza despojadora, la variedad caracterizada por la atracción incontrolable de robar tierra, tanto rural como urbana: desde un hueco hasta los ejidos municipales, reservas forestales, bosques, parques naturales, cerros, laderas, montañas y fueros de caminos, pasando por el fondo de los arroyos, ríos y quebradas de esta patria mostrenca.
Y en lo que a la propiedad privada urbana toca, no hay proyectos de vivienda, apartamentos y conjuntos residenciales que se construyan y vendan en nuestras ciudades, en los cuales estos topos no se hayan robado hasta tres veces lo vendido en planos, aumentado su área y vuelta a cobrar como zona social y de juegos infantiles, recreación colectiva, parqueaderos, jardines, andenes y cuanto metro cuadrado les quepa en su bolsa de pícaros con inmunidad legalizada y curada para el latrocinio.
Baste observar un proyecto vial de los ‘contratados’ con Odebretch, cientos de kilómetros y billones de pesos en su desarrollo y ‘comisiones’, para que veamos extender, vía fastrack, kilómetros de alambradas sobre las áreas libres y servidumbres de las que se vuelven a apropiar para volver a vender.
Y así, y aunque todo huela a diablo, somos más los colombianos ‘buena gente’, que los ladrones de todo.
*Poeta