Sabíamos que vendrías cuando a tu madre se le crecieron las manos, sus caderas se tornaron en vasija sagrada y sus senos iniciaron su cántico de leche y miel.
Sé que nos escuchas, a pesar de que apenas germinas; sé que sueñas, que vas y vienes camino a las constelaciones recogiendo la cosecha de tus anhelos y las raíces siderales de los ancestros.
No me cabe duda: “El gran Artesano” pule, con devoción y maestría, cada una de tus células benditas y muy pronto te fabricará un corazón noble y generoso. Más tarde, bordará sobre tu piel y tu conciencia, millones de filigranas sensibles al dolor ajeno para que sueñes con el imperio de la misericordia y estés siempre dispuesto a perdonar.
En la palma de tus manos colocará estricta balanza para que des a cada cosa, a cada persona, a cada circunstancia, su justo valor y jamás te amargues, pues los errores y las caídas convierten al alumno en invencible maestro.
Tus pies tendrán el brío de los invictos trashumantes, esos que fabrican caminos mientras siembran versos de esperanzas sobre cañadas y despeñaderos.
Será tuya la pupila del águila real; coronarán tu alma con la estirpe libertaria del toche y de tu frente brotará la luz perpetua de la luciérnaga encendida.
Muy pronto aprenderás también que el amor y la alegría son los rieles que conducen a la felicidad y que, solo tú, eres el dueño del timón, del freno y, sobre todo, del acelerador hasta donde te alcance la vida.
Dile a tus padres, hermano y abuelos, apenas empieces a balbucear, que los amas infinitamente y repítelo hasta el cansancio. Hacerlos felices no es una obligación, es una necesidad tan importante como respirar.
Llevarás siempre en tus bolsillos los signos de interrogación para colocarlos, sin temor alguno, cuando lo ordene tu conciencia y aprenderás a decir “No” sin llenarte de culpa.
Es cierto que las fronteras entre lo bueno y lo malo las borraron haciéndote creer que todo es lícito cuando no tienes testigos y te desplazas en las tinieblas.
Por último, sé humilde y generoso. Simplifica tu vida buscando, sin claudicar, personas y lugares donde contemples el esplendor del mundo que acaban de regalarte, sin olvidar que toda esa maravilla, incluyéndote a ti, fue fabricada con los mismos hilos sagrados que utilizaron para trenzar el canto de un turpial, el llanto de un niño, las arruga de la abuela y los racimos de estrellas.
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