Fueron los persas quienes acuñaron el término “Magus”, referido a los sacerdotes de antigua tribu ocupada en prácticas religiosas, esotéricas y funerarias, denominados más tarde “Guardianes de Zaratrusta”, fundadores de las primeras religiones monoteístas cuando la humanidad todavía usaba los pantalones cortos.
Eran expertos en astrología, demonología y conocían los más profundos secretos de la magia, conservando el abolengo de hombres sabios, amantes de las ciencias y la justicia. Entre nosotros, los más cercanos a la memoria fueron los llamados “reyes magos”, mencionados reverencialmente en los textos bíblicos de la tradición judeo cristiana, eran sacerdotes persas de alta alcurnia.
Con el paso del tiempo, a los magos de profesión les transfiguraron su significado, designando con ese término a todo aquel que practicaba la hechicería, siendo la misma Iglesia católica apostólica y romana, la que satanizó aquellos rituales y creencias ancestrales, ubicándolos clericalmente por fuera de las prácticas del cristianismo, atizando, sin remordimiento alguno, la brutal y no muy Santa Inquisición.
En la actualidad se le llama “mago” no solo a aquel que se convierte en millonario de la noche a la mañana sino también al que practica el ilusionismo, demostrando artificiosos poderes sobrenaturales, despertando aplausos y perplejidad entre los asistentes.
Para quienes creemos en el poder inconmensurable de la palabra y de los sentimientos, los magos existen: son aquellos capaces de pulverizar la palabra “imposible”. Los Reyes Magos de hoy convierten el temor en alegría, evaporando frustraciones y candados, poniendo escaleras sobre galaxias, abriendo puertas y ventanas.
Los verdaderos magos, propietarios indiscutidos de manantiales y amaneceres, son esas criaturas valientes, capaces de acariciar la vida a través de las pupilas de niños y abuelos, mensajeros virtuosos de la eternidad.
Mago es todo maestro que practica la alquimia de la sabiduría y la paciencia, convirtiendo a cada uno de sus discípulos en seres de luces y sueños.
Alquimista es también quien acepta, sin condiciones, que todos los metales y personas pueden trastocarse en oro puro. Mago es quien propicia el germinar de alas y pensamientos libertarios. Pero, sin duda alguna, magas de verdad verdad son esos enjambres de madres colombianas, capaces de multiplicar los centavos del salario mínimo, haciendo que Merlín, el renombrado alquimista del Rey Arturo en Camelot, parezca un torpe aprendiz. Ellas fabrican con una mano el milagro del sustento diario mientras detienen con la otra, el hacha insaciable y brutal del ministro Carrasquilla.