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Columna

Días de hotel

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Ahora no recuerdo que célebre novelista europeo, alemán para más señas, usó este o parecido título para una de sus obras más famosas en aquel género.

Incluso, en el instante me asalta la duda de si en verdad alguien tan famoso como un escritor alemán o austriaco, haya podido utilizar este título para recrear su estancia en alguno de los recónditos lugares, bellos o feos de aquel continente.Más aún, en verdad no logro identificar si alguna vez leí una novela de escritor europeo, austriaco o alemán, con ese título tan ligero pero sugestivo.

De todas maneras, cuanto trato es de imaginar la estancia de cualquier mortal innominado que se le ocurre discurrir su transcurrir en una de esas casas ambulantes de variado número de estrellas que siempre se publicitan como “su hogar lejos de su hogar”.

O la de un inmortal escritor que llega a un hotel en Venecia, la acuosa Venecia de góndolas y plazas, y se pierde en la espesura de un adolescente que lo cautiva y redime fugazmente de la fealdad reprochable de su vejez.

El hecho es que ahora es más incierto, menos real el recuerdo de si en verdad leí algo que tuviera que ver con la estancia en un hotel de alguien decidido a reprocharse la vejez en el solaz de un adolescente que entre la bruma de un mar lejano decide perecer. Ahogarse de soledad y perversa promiscuidad con la vejez.

En fin, debió ser que alguna vez le oí contar a alguien historias de habitantes extraños como aquellos que pueblan los hoteles de Camus en tiempos de pestes no oficiales ni autorizadas por la burocracia, pero mortíferas hasta el arrasamiento.

Ahora, este relato tiende a complicarse, y se complica, porque inicialmente tuve la certeza de que el escritor de aquellos días era alemán, austriaco tal vez, pero resulta que ahora caigo en la cuenta que también hay argelinos que rondan, salen y entran por las puertas falsas de la memoria, y eso vuelve complejo el asunto de determinar si esta historia es en verdad historia.

O como presumiera Aristocles de la verdad, mero reflejo de lo real que está oculto y nunca alcanzaremos a conocer. Ni siquiera a evocar como recuerdos de otra edad.

Los cierto es, sin que tal certeza sea verdad ni constituya indicio para formarme un juicio que dé en la salida de este laberinto, no es poco aventurarme por la hipótesis de si se sueña lo que se escribe, o se escribe lo que se imagina o sueña. O, simplemente ni se imagina ni se sueña, se escribe.

¿Y qué tal que no fuera alemán ni austriaco el tipo del cual ya empiezo a dudar de su nacionalidad y de su celebridad de escritor? ¿Y si no se hubiesen aparecido los argelinos de Camus? ¿Y si la peste no se hubiese sobrepuesto a la marcialidad oficial y a la burocracia pestilente? ¿Y si las ratas no lo hubiesen invadido todo y corroído hasta el alma la ciudad entera?

“O como presumiera Aristocles de la verdad, mero reflejo de lo real que está oculto y nunca alcanzaremos a conocer”. 

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