Hace 333 años, por estas calendas, el Rey Sol restringió la libertad de cultos. Las religiones, diferentes a la católica, pasaron a ser ilegales. Con ello se ordenó la destrucción de las iglesias y el cierre de las escuelas protestantes. El único camino para los hugonotes era hacerse católicos. Años después, en Toulouse, Jean Calas, honesto comerciante de 68 años, fue acusado de un crimen atroz: asesinar a su propio hijo porque quería convertirse al catolicismo. Tras un remedo de juicio, en el cual hubo de todo menos justicia, terminó inculpado, torturado y muerto. El y su familia estaban condenados por adelantado por el único crimen de ser hugonotes.
Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia, describió ampliamente todo el caso Calas: la realidad fue que el joven, Marc-Antoine, se suicidó y la justicia francesa se ensañó con la familia y los amigos más cercanos. Voltaire señaló que el fanatismo era una enfermedad que debía enfrentarse y erradicarse, además defendió la libertad de cultos, cuestionó el sin sentido de las guerras religiosas y propuso algo tan básico como lógico, esto es, que nadie debe morir por sus ideas.
Los mejores medios de comunicación masiva modernos hubieran envidiado y admirado toda la campaña que organizó Voltaire para oponerse a la injusticia. Voltaire enfrentó, con todo el poder de su prosa, su verbo y su filosofía, a la Iglesia y al Estado. Para ello, en su tratado, incluyó historia griega y la filosofía socrática. Lo anterior lo matizó con crudas descripciones sobre la descarada vida de algunos católicos, especialmente Alejandro VI y la recua de los Borgia. Tomando un simple caso lo esgrimió como espada contra el fanatismo. La filosofía, la historia y la metafísica fueron sus armas conceptuales para convertir un sentimiento personal en una campaña para vencer el fanatismo.
Para Voltaire tolerancia es más que una palabra, es la libertad de conciencia, la base de todas las libertades democráticas, la convivencia social, el pluralismo y la diversidad, definiciones todas que luego serían tan naturales gracias a él. Al final Voltaire logró que la monarquía restaurara la tolerancia, poco tiempo antes de la Revolución. Con seguridad Voltaire se estará revolcando de la ira al ver que él, tan sacrílego como irreverente, tiene hoy sus huesos reposando en el famoso Panteón de París.
Hoy, la intolerancia campea y las mentes más brillantes de nuestros dirigentes se obnubilan y nos conducen a una absurda y agresiva polarización y en Colombia, y en todo el mundo, pululan actos de violencia verbal, física e inclusive homicidios por discriminación de género, raza, religión y creencias políticas. Por ello la frase de Voltaire tiene más vigencia aunque cada vez se aplique menos: “no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
“Para Voltaire tolerancia es más que una palabra, es la libertad de conciencia, la base de todas las libertades democráticas, la convivencia social (...)”