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Columna

Un placer, soñar despierta

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Limpiar los ojos del sudor de nuestros sueños, seguir soñando despierta por una ciudad que escoja mejores rumbos, retozar de emociones bordeando un mar que ofrece movimiento, tragarme el viento al vaivén de la cometa, saludar, abrazar y respetar al prójimo, erguir la cabeza en cada atardecer y sentir que el ocaso es una oportunidad para reinventarme, es algo de lo que escribiré hasta el último día que mi pluma fluya en esas hojas en blanco que me permiten vivir realidades o ficciones en un mundo de siglo XXI que arroja fuego del extinto dragón y que sigue evadiendo sus citas, sus compromisos, sus responsabilidades, sus obligaciones éticas y morales, su apertura a oportunidades y enceguecido por las ansias de poder sigue haciendo revoltillos de huevos, mazamorras, chichas fermentadas, donde poco a poco hace picadillos a los ciudadanos, anestesiados, atemporales, amorfos, víctimas de un sistema retrógrado, farsante, acomodado, impío, egoísta, manipulador, rosquero, intrigante.

Y seguimos con el sueño despierto en una ciudad dormida, y andamos por los días como si no nos pertenecieran, y decimos sí a todo porque es lo que se nos impone y aún así, sin manos que nos gobiernen, sobrevivimos a las tertulias, a los ronroneos, a las guachafitas, a la inseguridad, al desempleo, a las faltas de oportunidad, al desorden, a la contaminación, al irrespeto, a la no convivencia ciudadana.

Y participo en las ponencias de la problemática y escucho los discursos de jóvenes de 10, 12, 16, años, hablar de una corrupción contundente, del maltrato a la mujer, del abuso infantil, de la pobreza, de un señalamiento al Estado, culpándolo de todo y, esos mismos niños, llenos de resentimiento, sin conocer bien el asunto de fondo, repiten el discurso con ahínco, con carácter de guerreros y líderes, buscan el cambio y se autoseñalan para decir que ellos no son el futuro, que son el ahora, el ya, que de su pensamiento e intervenciones, depende ese cambio, y me los quedo mirando, perpleja, siento su dedo apuntar hacia arriba, la suela de su zapato golpea en el piso y sigo soñando que todo eso se haga posible, y me voy a la orilla del mar y mis lágrimas se las lleva la ola y comienzo a cuestionar la condición del ser humano y desmenuzo la diferencia entre qué es ser humano y qué es ser persona, y el humano como el mito de Tarzán, se comporta salvaje, de liana en liana balbucea en su idioma primigenio y la persona tiene cualidades infinitas, razona, es ecuánime.

Sin embargo prefiero los balbuceos que los discursos retóricos cargados de doble intención, hueros, vacíos, muy convincentes pero llenos de podredumbre. Despierta Cartagena, soñemos despiertos.

 

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