La carta que escribió Colón a los reyes de España al regreso de su primer viaje contuvo, aunque parezca mentira, dos pronósticos que el mundo subestimó porque sí: que la ecología sería preocupación prioritaria cinco siglos después y que con la desaparición de la moda precolombina, la de los cuerpos al sol, sin penitas ni misterios, se abrió camino la violencia sexual.
Leamos las palabras del almirante: “Las tierras son todas fermosísimas, de mil hechuras, todas andables y llenas de árboles que parecen llegar al cielo… tan verdes como lo son por mayo en España… y hay palmas que es admiración verlas… y cantan el ruiseñor y otros pajaricos de mil colores”. Don Fernando y doña Isabel no dudaron que el Descubrimiento fue la gran hazaña del Renacimiento. Los soberanos no salían de su asombro.
No tenía Colón que entregar masticada su advertencia sobre la riqueza natural que halló en las Indias. Con dos dedos de frente, se entendía que había que preservarla. Pero como no hay ley que resista el dinero, el desarrollo demolió la valoración del medio ambiente y, por ende, a pesar de las maravillas de los genios y los reformadores, el calentamiento global se agudizó y la naturaleza nos cobra lo que le quitamos a punta de desastres arrasadores.
En otro aparte dice Colón: “Las gentes de estas islas andan desnudas, hombres y mujeres, así como sus madres los parieron… algunas hembras se cubren un solo lugar con foja de hierba… y son tan liberales de lo que tienen que no lo creería el que lo viese. Ellas, de cosa que tengan, en pidiéndosela un cristiano jamás dicen que no; antes convidan a la persona con ellas”. El buen salvaje, como lo definiría el erudito escritor venezolano Carlos Rangel.
Pero agotados los tiempos de la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas, los modistos volcaron las tentaciones al lugar que solo se cubría con foja de yerba tapándolo con toda clase de trapos interiores y exteriores. Por la fuerza también se vale, pensaron los depredadores sexuales como Bill Cosby, Clarence Thomas y Brett Kavanaugh, y sacrifican el renombre a la ignominia cobijados en el pudor de las víctimas y en su explicable temor a denunciar.
Otro Cristóbal aventurero (Cristopher Jones), el capitán del Mayflower, no dejó correspondencia con Jacobo I de Inglaterra, de manera que sus herederos no tuvieron espejo en que mirarse. Tal vez por eso, antier, el Congreso de los Estados Unidos volvió a derramar cobre sobre el oro de una grandeza pretérita de la Suprema Corte de Justicia. El imperativo de conciencia perdió con la razón de partido. El prestigio ya no arraiga a los mejores.
Para saber qué tanto ha descendido el Tío Sam durante dos generaciones y media, basta con recordar que Adlai Stevenson no pudo ser presidente de su país y hoy lo es el pornógrafo Donald Trump.“Pero agotados los tiempos de la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas, los modistos volcaron las tentaciones al lugar que solo se cubría con foja de yerba (...)”