En la columna en El Tiempo de hoy argumento a favor de mantener el programa ‘Ser pilo paga’, que financia a jóvenes de bajos ingresos y superiores capacidades intelectuales y académicas, para que estudien en las universidades de su escogencia.
Las universidades públicas se quejaron de que este programa les arrebató recursos que podrían atender muchos más estudiantes con esa plata que las privadas. Esto creó una falsa disyuntiva entre financiar el programa o financiar a las universidades públicas, que debería resolverse de otra manera, porque quitarle la oportunidad a la élite intelectual de los pobres de desarrollar su potencial es un enorme desperdicio, como lo es también no atender a jóvenes menos dotados de bajos ingresos en las universidades públicas. Estados Unidos, por ejemplo, no hubiera experimentado el progreso técnico e intelectual que aún lo beneficia si no hubiera abierto el acceso a universidades de elite a hijos de inmigrantes, a afrodescendientes y otras minorías, y si no hubiera expandido la red de universidades públicas.
Lo primero que se tendría que hacer es equilibrar la balanza, porque las universidades privadas son preferidas por los becarios del programa Ser pilo paga y esto canaliza la mayor parte de los recursos públicos hacia ellas. Hay que aprovechar su capacidad de financiar becas con recursos propios y los que les podría aportar el sector privado.
Entonces se podría exigir que por cada cupo que financie el Gobierno, las universidades privadas financien uno más y los donantes privados otro. Los fondos públicos liberados por el esfuerzo privado adicional deberían remunerar a las universidades públicas que admitan jóvenes seleccionados por Ser pilo paga, o que cumplan con los criterios de excelencia del programa. Las universidades beneficiadas por estos recursos los deben aplicar solo a gastos vinculados a la educación o a la investigación.
Una fórmula complementaría sería que las pilas y los pilos que se gradúan de universidades privadas y públicas adquieran el compromiso de financiar en la misma universidad por lo menos a un becario del programa antes de que se cumplan 15 años después de su grado, y posteriormente uno más. Esto haría autosostenible el programa e inculcaría un sentido de responsabilidad de devolver el beneficio que ojalá se transmita de generación en generación.
Y se debe entender que la inversión más rentable del Gobierno es garantizar que las nuevas generaciones tengan desde antes de nacer las condiciones para desarrollar plenamente su potencial. Vale la pena proponer que se reforme el sistema de regalías para que todos los recursos se destinen a financiar la atención prenatal y a la primera infancia, la educación pública y la investigación en ciencia en tecnología, con lo que se contribuiría a garantizar que todo el mundo pueda desarrollarse, capacitarse y educarse, y que la sociedad adquiera conocimiento y tecnología.
“Esto creó una falsa disyuntiva entre financiar el programa o financiar a las universidades públicas, que debería resolverse de otra manera (...)”