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Columna

Memoria caprichosa

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Con los calendarios se nos olvidan donde dejamos las llaves, el celular o los lentes, no recordamos oportunidades de vida y placer, al perdernos de una pantagruélica reunión con la mejor compañía, con viandas y licores sibaríticos.

Mientras la memoria reciente nos abandona recordamos momentos de hace varias décadas. El gran Héctor Rojas disertando sobre las distintas clases de novela. Nos indicaba que muchas podrían dividirse entre realistas y sensacionalistas. Advirtiendo que es muy complicado, puesto que muchos novelistas realistas a menudo introducen incidentes sensacionales y que al contrario, los sensacionalistas por lo general tratan de hacer más plausibles los acontecimientos que relatan mediante detalles realistas. 

La novela sensacionalista, decía, tiene un mal nombre, no se puede desdeñar un método que practicaron entre otros Balzac, Dickens y Dostoievski. Solo es un género diferente. En la reunión, recordamos a Enrique de la Vega con cultísimos  apuntes sobre Balzac y su inmensa obra que conocía a fondo.

La enorme popularidad de las novelas de detectives demuestra la gran atracción que tiene el sensacionalismo para un gran grupo de lectores. Muchos de ellos desean ser excitados, escandalizados y horrorizados. El novelista sensacionalista trata, por medio de acontecimientos violentos y extravagantes, de cautivar la atención, de deslumbrar y asombrar. El problema que tiene es que no le crean. Pero como dijo Balzac, es esencial que usted crea en lo que él cuenta que pasó realmente. La mejor forma para lograr esto es creando personajes tan insólitos en la experiencia común que su comportamiento es plausible. Esos que Dostoievski llamaba más reales que la realidad, caricaturas con pasiones incontrolables, excesivas en sus emociones, impetuosas y amorales.  

El realista se propone describir la vida como es. Evita incidentes violentos porque, en general, éstos no ocurren en la vida de las personas comunes.

Los sucesos no solo deben ser probables, sino en alguna medida, inevitables. No busca asombrar, apela al placer del reconocimiento. El lector entra en sus pensamientos y sentimientos porque éstos son muy parecidos a los suyos. Pero en general la vida no es aventura y por ello al novelista realista le acosa el miedo a ser aburridor.

Aunque el realista no copia la vida. La ordena para que se adapte a su propósito. La novela sensacionalista, concluía Héctor Rojas, no es de hecho, menos conforme a la vida que la realista. La realidad suele superar a la imaginación.  

Un recuerdo sobre episodios de hace varias décadas nos inquieta por la posibilidad de estar contaminados por la imaginación, pero no hubo modo de constatar lo uno o lo otro, porque Héctor Rojas ya no está, Walter y Enrique de la Vega, los  otros contertulios, tampoco. 

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