El lunes es cuando comienza la vaina. Estamos en elecciones desde 2016, al votar en el plebiscito, con el país dividido desde entonces. Lo que pronostican las encuestas recientes, que no son públicas, es que el que gane este domingo lo hará por una nariz, y el país quedará dividido en dos. Este no es un resultado indeseable porque el nuevo presidente, Duque o Petro, tendrá que moderar sus aspiraciones para no someter al país a la zozobra de un enfrentamiento prolongado e insostenible, o peor aún si se torna violento.
Si gana Duque, no podrá reducir el Acuerdo de paz y el posconflicto a su mínima expresión. Tampoco podrá emprender la reforma de la Justicia sin incorporar a los perdedores al consenso que anunció. Si gana Petro, tendrá que conformase con una reforma de corte social democrático, y archivar su proyecto más radical.
Aún con esas restricciones, la tarea que les espera es enorme. El Estado es cada vez más inoperante y falta mucho para poner al país en orden. Para lograrlo se requiere que no siga agriamente dividido. Los colombianos tenemos que aprender a convivir con el que piensa diferente, a tolerar esas diferencias y a perdonar. No tiene sentido pactar el final de un conflicto interno de medio siglo y de ahí en adelante darles a la FARC tratamiento de leproso de la edad media. Se tendrá que aceptar que ser de izquierda o de derecha no es un estigma, sino una manera de ver el mundo, que ser heterosexual es una opción entre otras, y que ser pobre tiene remedio.
Lo más urgente en la agenda del Gobierno entrante debe ser controlar todo el territorio nacional. Inexplicablemente el Gobierno y la fuerza pública no tomaron control de los territorios que las FARC dejaron libres y están en manos de criminales y otros grupos irregulares. El Estado debe llegar con un programa de emergencia a todas las regiones con seguridad, justicia y servicios básicos, atención a la primera infancia, educación, salud, seguridad social y trabajo.
Esto debe complementarse con un plan de desarrollo rural integrado que le de acceso a la tierra y a otros medios de producción a campesinos y pequeños productores y que impulse la agricultura comercial y la agroindustria a mediana y gran escala. En las ciudades hay que montar un programa equivalente para generar puestos de trabajo para los desocupados, ojalá los jóvenes y los adultos mayores de 40 años. Los presupuestos públicos y programas de inversión deben atender primero que todo a los más desprovistos.
Para hacerlo se necesitan recursos que deben venir de un mayor recaudo de impuestos, corregir el sistema tributario para que sea progresivo, combatir la corrupción y la evasión. Urge un programa de colaboración efectiva entre el Estado y el sector privado para subir por lo menos un punto porcentual el crecimiento anual normal promedio de la economía (de 4 a 5 por ciento anual, por ejemplo) y políticas coyunturales que promuevan crecimiento.
Rudolf Hommes**Economista