El próximo 30 de enero en la librería Abaco de esta ciudad será lanzado el libro: “El Incómodo color de la memoria”. Su autor, el historiador y escritor Javier Ortiz Cassiani, presenta a través de varias columnas y crónicas, una verdad que lamentablemente aún incomoda: los negros aún existen.
Aunque cueste aceptarlo, los prejuicios raciales forman parte de la historia cartagenera y damos gracias porque Javier nos lo recuerda con punzante y mordaz pluma. Cuando muchos se encargan de negar y borrar la historia, otros se empeñan en recordarla. No podemos desconocer que en Cartagena se dio una de las más temibles empresas coloniales: El racismo. En esta ciudad el racismo devastó a los negros. Fueron negados como humanos. Aquí no podían tener ni alma. Eran igualados a los animales pero no con los vistosos y hermosos; fueron comparados con las ratas y como las ratas fueron expulsados a los extramuros.
Debemos traer siempre a la memoria, todos los mecanismos de dominación puestos en marcha para someter al negro. El peor de ellos, no fue el maltrato, el azote y la hoguera. Más infame que estos, fue el estigma. Y no hubo peor agencia estigmatizadora que la Iglesia. A través del fervor religioso, la iglesia puso al negro una marca. En el lenguaje francés, estigmatizar significa literalmente poner una marca, una señal. Así los negros fueron marcados en la piel y en el alma. Se les puso la marca de la infamia, la denuncia, la culpa y el juicio.
En Cartagena al negro se le hizo custodio de todos los males sociales posibles. Todos los defectos, todas las dolencias eran por su culpa. Las enfermedades, las pestes y hasta ser insolente tenían un color: negro. De esta forma no se podía hacer otra cosa que barrerlo, exterminarlo, depurarlo.
Hoy de muchas formas, como por ejemplo, cuando aparentemente de manera inocente replicamos los comunes dichos: “ella es la oveja negra de la familia”, “negro tenía que se´”, “mira cómo estás de negro” (en lugar de decir quemado), “mira como viene de negro” (en lugar de decir sucio); reproducimos el estigma.Por eso “El incómodo color de la memoria” de Javier Ortiz, describe con ricos recursos literarios: la invisibilidad y el desdeño constante de una sociedad que aún esclaviza, y las luchas y conquistas de sujetos que se reconocen plenos de derechos. Muchos dirán que esa lucha y espacio ganado es producto del resentimiento. Cuanta mentira y falsedad mezquina. La memoria de la lucha negra y de todo lo que se hizo para su exterminio, siempre será rescatable para validar las aspiraciones, la moral, las costumbres y los ideales; de seres humanos tan valiosos como cualquier otro individuo, en una sociedad que aun no abandonado de un todo sus prácticas racistas, en una sociedad para la que el negro es: el incómodo color de la memoria.
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