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Columna

Democracia de participación

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En las sociedades contemporáneas hay un mecanismo para elegir gobiernos y a quienes representen a los ciudadanos: la democracia representativa. Allí los ciudadanos eligen parlamento o congreso, presidentes, gobernadores, alcaldes, corporaciones territoriales -asambleas departamentales-, o corporaciones locales -concejos municipales- y son esos órganos de representación los que analizan, debaten y toman decisiones de gobierno.

Luego, emergen tendencias para que esa modalidad de democracia sea complementada -sustituida dicen voces más radicales-, por la democracia participativa, porque se cuestiona si los representantes sí representan a sus electores. Y emergen modalidades de participación ciudadana como el referendo, el plebiscito, la consulta popular, los cabildos ciudadanos, las iniciativas populares, la asamblea nacional constituyente, todos como mecanismos complementarios al Congreso para tomar decisiones. Y como lo han planteado grandes intelectuales contemporáneos, hay una especie de tensión entre estas formas de democracia; en ocasiones hay que decidir asuntos que requieren un análisis y conocimiento específico y no siempre todos los ciudadanos tenemos ese tipo de información. Es la tensión, por ejemplo, que plantea Norberto Bobbio entre democracia y tecnocracia.

El plebiscito que acaba de pasar es un buen ejercicio de lo anterior. Más allá del triunfo que no se cuestiona, o de la modalidad de las campañas, -las campañas electorales contemporáneas todas pueden ser cuestionables por manipular a los votantes-, todo indica que es difícil saber si los ciudadanos, al ser consultados sobre temas complejos y diversos -un tratado de libre comercio, como propusieron algunos en el pasado, un acuerdo para terminar el conflicto amado (nuestro caso) o la salida de Inglaterra de la Unión Europea-, realmente se expresan acerca de lo consultado, o hay otras motivaciones, como que no les gusta el presidente, que le creen a un líder político o religioso, que hay otros problemas en la gestión del gobierno y el ciudadano termina ‘cobrándolo’ allí, y no está bien informado y su voto lo decide por otros sentimientos.

Son reflexiones preliminares para ser más cautelosos al invocar la democracia participativa, no para desecharla, ni para idealizarla, como parecieran hacerlo algunos. Tenemos pendiente allí una reflexión analítica de mayor profundidad.

Coda: Destaco el buen ambiente en el país al analizar las propuestas del No y del Sí posplebiscito, con algunas excepciones. Si lo hacen de igual manera las delegaciones del Gobierno y de las FARC, tendríamos en poco tiempo un nuevo acuerdo con lo básico del anterior y con buena parte de las sugerencias de los voceros del No.

*Profesor Universidad Nacional

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