Los medios de comunicación se asombraron ante el censo agropecuario, ya que los jóvenes rurales no querían seguir el oficio de sus padres y la mayoría busca trabajo en las ciudades. Como dice la sabiduría popular, descubrieron el agua tibia. El continuo empobrecimiento del agro debido a deficientes políticas macroeconómicas y unos TLC mal negociados, ocasionó liquidar cultivos de maíz, arroz, ñame, y hatos ganaderos. Los jóvenes ven en sus hogares cómo en los últimos 26 años el patrimonio familiar disminuyó mucho, y aumentó el deterioro de la calidad de vida en el campo. Simplemente no quieren perpetuarse en la pobreza. Permanecen los pocos con amor al campo, o los que no tienen otra opción.
Los resultados se ven: se importan 14 millones de toneladas de alimentos que para los ingenuos neoliberales se compraban antes más baratos en los mercados internacionales, tal como hoy la leche. La seguridad alimentaria del país no se negocia. Es fundamental tener el stock de alimentos esenciales para garantizar una nutrición adecuada. El costo para los colombianos es alto: alza de la canasta familiar, déficit en la balanza comercial pagada con nuevos impuestos, y una población rural desesperanzada por tanta promesa incumplida. Hoy importamos nuestros alimentos y estamos expuestos a inseguridad alimentaria por cualquier contingencia, por no sembrar nuestros productos básicos.
En datos Easin presentados por el DPS hace tres años, la inseguridad alimentaria en Bolívar alcanzó el 61,9 % de la población, solo superando al Chocó. Aunque un fuerte invierno influyó, aún no habíamos padecido El Niño, que destruyó cultivos, frutales, pastizales y disminuyó el hato ganadero, por lo que se espera que ese porcentaje aumentara a pesar de las tierras fértiles, la vocación agrícola de sus habitantes, y la gran ubicación estratégica para exportar.
La seguridad alimentaria no excluye a la agroindustria, como lo quieren ver partidarios de uno y otro bando, sino que se pueden complementar. La agroindustria, con su responsabilidad empresarial, puede destinar el 5 % de sus tierras a cultivos campesinos de pancoger y hortalizas; es mejorar la propuesta antigua de las “rozas”, cuando los dueños de tierra permitían a los campesinos sembrar maíz, yuca y ñame, por determinado tiempo.
Esta costumbre cambió ante las compras de tierra por personas del interior, que no comprenden esta relación del caribe colombiano. Los pequeños agricultores, además de sembrar los cultivos tradicionales con tecnologías de más productividad, dejarían cuarterones para huertos hortícolas, que darían liquidez semanal, que ahora no tienen, garantizando alimentos sanos y orgánicos para el Caribe. El futuro está en producir alimentos en la localidad, con el menor impacto ambiental, pero tenemos que empezar con una política de estado para este propósito.
Zootecnista. Escritorluisguardela@yahoo.com