El debate nacional por la creación de “baños mixtos” en centros educativos está tan polarizado como el de los acuerdos de paz de La Habana, y tan distorsionado como éste. Las discusiones entre partidarios y opositores van desde la sensatez hasta los infundios.
En el extremismo nuestro de cada día, quienes comparten la iniciativa son calificados de “pervertidos” y quienes se oponen son “homofóbicos”, cuando hay razones validas entre unos y otros, mas allá del género.
El Ministerio de Educación Nacional negó que crear los baños mixtos sea una directriz suya, y aclaró que no contempla que los estudiantes puedan cambiar su forma de vestir a partir de la identidad de género.
Si bien no hay una instrucción oficial, sí están vigentes sentencias de la Corte Constitucional que exigen a los colegios y universidades respetar la orientación sexual de los estudiantes y garantizar que no sean víctimas de discriminación, en virtud de las cuales surgió la idea de los baños compartidos.
No obstante las decisiones para garantizar la diversidad sexual, y evitar discriminación, son temerosas y confusas, tomadas desde los límites de la heterosexualidad. Es decir, se pretende mostrar aceptación y protección a la orientación sexual de niños y jóvenes con la generación de espacios que no satisfacen plenamente a quienes exigen esas garantías, e incomodan a quienes, soportados en conceptos ideológicos, religiosos o culturales, solo aceptan a hombre y mujer, como calificación de género.
Para encontrar un punto medio y ante la necesidad de revalorar los esquemas convencionales, por la creciente aceptación universal de la diversidad sexual, valdría la pena experimentar una solución semántica: en vez de denominar esos baños como “mixtos”, que aterra a muchos padres, se podrían conservar los tres espacios con los distintivos de género “hombre”, “mujer”, “otro” (H-M-O).
Así las cosas los niños, niñas y jóvenes heterosexuales (“H”-“M”) seguirían conservando sus garantías de no ser invadidos en sus espacios de intimidad por personas diferentes a su condición; afectados en su higiene, o asumiendo riesgos de acoso sexual, mas allá de lo que hoy ocurre, y sus padres no pensarán que sus hijos son “forzados” a compartir sanitarios; mientras que aquellos que no se sienten involucrados en ese esquema de identidad, tendrían plena libertad de escoger el ingreso a baños con más comodidad, respeto y seguridad a su condición de género (“O”).
La denominación del tercer baño podría ser más precisa, “LGBTI”, pero ello en sí mismo sería considerado como un señalamiento o estigmatización, y daría lugar a otra confrontación. En tiempos de paz conviene explorar alternativas para evitar otra guerra, en este caso de géneros.