El mundo llora hoy por la ida de un niño grande. Grande en toda la acepción de la palabra. Como la exclusión en su niñez por el color de su piel, Muhamed Alí resolvió derrotar la miseria, y decir a boca de jarro, que él era el mejor boxeador del mundo, sueño que cristalizó al vencer al campeón mundial, Sony Liston.
El mundo lo volvió a ver como un gran hombre cuando se negó a ir a la Guerra del Viet Nam. Como diría un poeta del siglo pasado, “¿por qué tiene un negro que ayudar a los blancos para matar amarillos?”
Más tarde combatió el Mal de Parkinson que se apoderó de él, y aun así, en medio del temblor de sus manos, llevó el fuego olímpico en los grandiosos Juegos Olímpicos de Los Ángeles. También defendió los derechos humanos, y fue un personaje generoso que participó en las causas nobles de la humanidad.
Figuras famosas como Donald Trump y Hillary Clinton, cada uno desde su esquina, lamentaron su muerte, después de una dura lucha dentro y fuera del ring para enfrentar los retos que la vida le impuso.
Muhamed Alí nació en el estado de Kentucky, EUA, y su nombre original era Cassius Clay, el cual cambió porque rememoraba la época de la esclavitud.
Como decía el escritor cartagenero ya mencionado, en uno de sus poemas del siglo XX: “Rosas rojas para Alí, por su sonrisa alegre de niño triste/ porque se los ganó a todos y fue campeón/ porque no fue a Vietnam / No fue a Vietnam / no fue/ no. / Rosas para Alí / Porque no gustó de la miseria / Y la derrotó / Y ahora anda erguido por la tierra / Hablando de amor. / Rosas rojas para Alí”.
Difícilmente podría encontrar palabras más bellas para despedir a un gladiador que supo aprovechar cada día para ser más grande, más noble, más generoso.Alí era de una gran locuacidad y su danzar rítmico en el ring, sólo conoció cinco derrotas. Aunque el gobierno norteamericano lo sancionó destronándolo del título de campeón mundial de boxeo peso pesado, su personalidad férrea no se doblegó y siguió batallando hasta que en los primeros días de junio su respiración se esfumó y se fue a las puertas del cielo.
Es inevitable también recordar la canción de Simon and Garfunkel, reflexionando sobre la historia no contada de los boxeadores. Sus orígenes, familia, sueño de ganarse la vida con el sudor de sus puños.
La mayoría de los boxeadores encuentran consuelo en los “Night Clubs”, donde se sienten escuchados por las mujeres de vida alegre que sienten como propia cada derrota o cada victoria de un campeón.