Alandete. El mejor de los Alandete, digo yo, fue Fulgencio, El Cristo. Así llamado por su flacura nazarena, siempre fue viejo, gran conversador, filósofo y buena persona. Trabajaba de nueve a tres, como buen artista.Pintor de brocha gorda, escoba de paja, y vara de desoliñar, clasificaba sus elementos previamente y por color. Mise en place, dirían los cocineros finos.
Desde niño en nuestra casa del Tejadillo, me quedaba embelesado viéndolo preparar sus mezclas de carburo o caseína con sus manos flacas y viejas. Y conversando, eso sí, Cristo siempre conversaba y enseñaba. Yo fui su amigo. -Tú no votas Cristo, ¿no eres patriota?” -Míralos donde están, José, en el Camellón, todos “fusilados por patriotas”.
Mostraba su osadía al mezclar y revolver con sus propias manos la cal viva con agua, y colorantes hasta el hervor. De sangre fría, nos hacía sentir vértigo al pintar tejados altos; este viejo flaco desafiaba la gravedad y se agarraba, literalmente, “de la brocha” para pintar cornisas inaccesibles. Su colilla de Pielroja pendía de sus labios y la ceniza jamás cayó al piso ni al balde de pintura.
-La experiencia, Joselito, la experiencia… eso es todo. La vaina es que a unos les llega tarde. Y ¿ya pa’ qué?Fumó unos cien Pielrojas diarios durante los casi cien años que vivió y jamás se enfermó. Comía poco y hablaba pausadamente y bajo, contrario a nuestra gente.
Desayunaba solo un café y un pan. A esa hora ya se había fumado casi un paquete de Pielroja. Almorzaba poco, una sopita. Mi mamá le pedía que comiera más, como a tantos que ella diariamente daba de comer. -Estás muy flaco Cristo, ave maría purísima, le decía, pero Cristo era parco y de porción infantil.
Al final de sus días, ya sin fuerzas, mi papá lo adoptó y lo jubiló a su manera: Cristo venía diariamente al almacén porque mi viejo le hizo creer que lo necesitaba para vigilar. Se sentaba a contar historias que nosotros oíamos atentos; refería sus experiencias con los Pombo, los Porto Vélez, los
Espriella, “Mister” Lagonterie, los Lecompte, don Antonio María de Irisarri, y muchas familias cartageneras radicadas otrora en el Centro, de quienes él fue su pintor oficial.
Después de proveerlo de Pielroja, mi papá “le pagaba su día” para que no notase la limosna, y se iba a su casa. Así pasó su retiro varios años, hasta que un día no volvió… Enviamos a su casa a averiguar y nos contaron que por primera vez en 99 años, se enfermó. Duró enfermo un par de horas y murió en paz y santamente. No podía ser de otra forma.
Como el tipo no tenía muchas palancas por acá, a pesar de su roce con la crema y nata de la sociedad cartagenera, pues es un muerto más. Pero yo que lo conocí bien, puedo asegurar que está a la diestra de Dios Padre, gozando de Su Gloria y conversando con Dios Hijo, su tocayo, muy seguramente acerca del origen del apodo…
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