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Columna

Un problema de lenguaje

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Estaba dispuesto a escribir sobre el impacto ambiental de las campañas políticas, sobre el desperdicio de toneladas de papel que son usadas para forrar innecesariamente con afiches alusivos a candidatos cada pared, poste de luz o cualquier otro elemento que hace parte del poco espacio público que le queda a la ciudad y que los mismos candidatos, de forma incoherente, prometen cuidar y mejorar si son elegidos. Sin embargo, no lo hice, pues recordé que escribir sobre ellos es hacerle eco a su intento por cooptar a cualquier precio la atención de la gente, y sencillamente considero que ya es demasiado lo que ve y soporta la ciudadanía en época preelectoral como para traer las campañas a este espacio.

Entonces me surgió la idea de escribir sobre los ataques al proceso de paz. En este caso, luego de leer las notas sobre la polémica alrededor del helicóptero de la policía que se accidentó hace unos días, pensé que ya era suficiente con la mala publicidad que la oposición le hace a la única alternativa que posee en este momento el país, para, a través del diálogo, acabar con más de medio siglo de atrocidades. Así que, evitando hacer una critica de los ataques al proceso, terminé descartando esta opción.

Lo anterior me dejó en un escenario donde innegablemente lo importante en la agenda pública parecía estar relacionado tanto con la contienda electoral de octubre como con la coyuntura del proceso de paz. Por esta razón me pregunté qué podía vincular los dos temas, y luego de imaginar algunas opciones, concluí que su común denominador es el uso oportunista e irresponsable que algunos le han dado al lenguaje para hacer política en Colombia.

Tanto en las discusiones de alcance nacional, como en aquellas que tienen lugar en las distintas regiones, candidatos y líderes políticos extrañamente parecen olvidar el impacto y poder transformador que puede llegar a tener una imagen o una declaración en la conformación de percepciones y conductas de los ciudadanos. Considerándolo de esta manera, parece necesario entender que, gracias al lenguaje y su uso, aumentan o disminuyen las posibilidades de construir bienes públicos y plantear salidas a nuestros dilemas sociales. ¿Es el lenguaje de políticos y candidatos el adecuado para este propósito? Como herramienta al servicio de la política, el lenguaje es altamente poderoso. Por lo mismo exige no solo la máxima responsabilidad en su uso, sino prudencia al escoger las formas comunicativas que definen aquello que somos o intentamos desesperadamente ser como país.

*Profesor, Programa de Ciencia Política y RRII, UTBcbenito@unitecnologica.edu.co 

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