Con semejante título para una columna, es de esperarse que el presente escrito sea leído por encima de su promedio habitual. Sería lo lógico. Es que en Cartagena somos amarillistas. O como diría mi amigo Juancho Chaljub: “Tiene el semblante de un taxi nuevo parqueado al medio día en pleno Reloj Público”.
Es impresionante, pero cada vez que surge un accidente o un tiroteo -con robo incluido- la gente corre frenética para ver los muertos. Es como si existiera una fascinación loca por apreciar la sangre ajena. Y enseguida se arma el bololó. En toda tragedia pública la romería es directamente proporcional al número de fallecidos. Pero lo triste del asunto es que ya nadie socorre a los cadáveres. No hay solidaridad. Los ajustician nuevamente a punta de miradas morbosas.
Según las estadísticas oficiales, en los hurtos o en las peleas entre pandilleros, mueren más los sapos mirones que los bandidos. Es una regla tan precisa como esperar que Bazurto huela a Chanel N° 5. De ahí que la página más leída de El Universal es la de “sucesos”. Pero no la de sucesos económicos, políticos o culturales. No seamos tan pendejos. ¡Es la de los muertos! Y entre más cadáveres, mejor.
De todos modos… para nadie es un secreto como la inseguridad sigue de primera en el escalafón de los problemas de la ciudad. De ahí mi felicidad con las medidas que estará tomando la alcaldía para combatir dicho flagelo. Se llama audacia y te aseguro que la inseguridad en Cartagena tiene sus días contados. Esa historia de hacer un intercambio de policías con las fuerzas especiales de Papua Nueva Guinea no tiene precedentes en el continente.
Para quienes lo desconocen, en dicho país viven algunas de las tribus caníbales más peligrosas del planeta. Quiero decir, son antropófagos: cocinan y se comen a la gente como cualquier sancocho de sábalo de los que sirven en las playas de Castillogrande. Y según me dijeron, destinarán unos 4 agentes por cada CAI, cada uno con su dotación último modelo de ollas de presión, cucharones y leña. ¡Nada de armas! Y como me dijo el alcalde emocionado: “Los ladrones están avisados. Bandido que agarren, tienen la autorización para que se los almuercen”, me repitió. “¿Te imaginas cuando radio bemba propague la noticia entre el gremio de los rateros? Se acabará el problema. Y lo bueno es que la constitución no lo prohíbe. Aquí está prohibida es la pena de muerte, pero no invitar a cualquiera a comer y que luego pueda resbalarse accidentalmente en una olla caliente con sus respectiva dotación de condimentos”, sentenció el alcalde.
JORGE RUMIÉJorgerumie@gmail.com