Cartagena, a pesar de estar sobre el Caribe, construyó su competitividad turística en circuitos del patrimonio histórico y arquitectónico monumental, porque sus playas grises no son buenas. Gracias a ese patrimonio y a la oferta hotelera, cultural y gastronómica, logramos cierta competitividad. El turismo de playa jalona en el Gran Caribe a grandes flujos de visitantes de los principales mercados emisores, un handicap para nuestras aspiraciones como destino mundial.
En los años 70, Raimundo Angulo Pizarro, Gerente de la Corporación Nacional de Turismo, sabiendo que las únicas playas de arena blanca para un desarrollo de lujo y ordenado eran las de Playa Blanca, en Barú, compró a nombre del Estado un importante número de hectáreas aledañas. Como Estado, contrató con las mejores firmas los estudios y diseños para proyectos turísticos y hoteleros, poniéndoles un punto alto a los propietarios y futuros desarrolladores. El objetivo era que Cartagena tuviera ese valor agregado como destino turístico para complementar su competitividad internacional.
Después de varias décadas de indefiniciones, con muchas iniciativas pero pocas “acabativas”, se estancó el proyecto.
Eso sí, siempre se pensó en que ese desarrollo incluyera a Santana, Ararca y Barú, y que sus habitantes hicieran parte integral de él.
El desarrollo de Playa Blanca y de toda la península de Barú exigía infraestructura, especialmente vías. Un elemento central era cruzar el Canal del Dique, resuelto hoy por el puente, y unas vías hasta los centros poblados y proyectos turísticos.
Fuera del Barú Decamerón y algunos proyectos medianos, Barú como oferta turística creció poco, pero Playa Blanca recibía cada día más la presión de turistas extranjeros, nacionales y residentes, y se incrementó de manera exponencial y desordenada con el abandono de Bocachica y su balneario, desviando su demanda hacia Playa Blanca y las Islas del Rosario. Hay que volver los ojos sobre Bocachica para recuperarla.
Es acertada la apreciación del editorial de El Universal sobre el impuesto para usar PlayaBlanca y agregaríamos que el mismo Estado, que compró esas tierras, no invierte en ellas ni las defiende de todo tipo de amenazas, incluyendo la de Parques Nacionales Naturales, dándole un descarado “ mordisco” a los recursos que producen las islas del Rosario y que producirá Playa Blanca.
Ojalá los actores, liderados por las autoridades, aprovechen el clima de diálogo del país y busquen el equilibrio para que triunfe lo colectivo. Playa Blanca y toda Barú son el centro de atención y debate por su caos. Ojalá se le mire y trate como un gran factor de competitividad turística, de potencial de progreso y de bienestar para esa isla, Cartagena y el Caribe colombiano.
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