Dicen los entendidos del cerebro que el físico Albert Einstein fue una de las personas más inteligentes que haya pisado la tierra. Quienes lo conocieron cuentan que sus neuronas eran tantas que caían al piso cuando caminaba y que la gente iba detrás recogiéndolas, por bulticos, con la noble esperanza de contagiarse con alguna de sus genialidades. Lo curioso de todo es que Einstein tuvo los inicios típicos del antigenio (para no decir que se perfilaba como medio “brutongo” el muchacho), significando que muchos de nosotros aún tenemos la esperanza de ganarnos un Nobel.
Nacido en el año de 1879, en la ciudad alemana de Ulm, desde pequeño tuvo dificultades para hablar. Sus padres, angustiados, lo llevaron al médico y éste les dijo: “Tranquilos, señores, que todo lo veo bien, pero sí les aclaro que su hijo no inventará la pólvora”.
Con el transcurrir de los años, Einstein normalizaría su hablar y se convertiría en un niño curioso, con una obsesión por conocer el funcionamiento de las cosas y una impresionante capacidad para concentrarse y abstraerse en los temas de su interés. En alguna oportunidad él mismo comentaría que no tenía un talento especial, “simplemente soy apasionadamente curioso”.
Einstein fue siempre una persona distraída, desaliñada y hasta rebelde, pero ello nunca le impidió que sacara buenas notas. Algo por reflexionar es que ninguno de sus maestros le auguró el más mínimo futuro, quizás porque nunca representó el “modelito típico” de estudiante que todos quieren tener en los salones de clase.
Ya en la adolescencia mostró su inclinación hacía la física y desde esa época jamás dejaría de manosearla y estudiarla hasta conocer todos sus recovecos. La vida de Einstein transcurrió como el típico cerebro que se fue horneando a fuego lento, pero con sustancia, hasta que en el año de 1905, cuando apenas tenía 26 años y siendo un empleado de bajo rango en la oficina de patentes en Suiza, estalló el cocinado de sus neuronas en el mayor júbilo de genialidad que humanidad alguna había conocido. Así es, mi amigo, como si estuviese embrujado y en el transcurso de 4 meses, el hombre presentaría 4 artículos científicos que despelucarían para siempre a la física, incluyendo una ecuación matemática que revolucionaría la física nuclear.
¿Cómo pudo salir tanto de un niño que se perfilaba como “brutongo”? Bueno, esos son los misterios de la mente humana.
¿Y cuáles fueron sus propuestas revolucionarias? Bueno, ¿y para qué decirlas?, si los físicos de hoy aún no las entienden.
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