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Columna

“Des-campaña” de Santos

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Santos perdió en Cartagena pero ganó en Bolívar en medio de la más grande abstención, muy a pesar de la abulia de los dirigentes de la Unidad Nacional, cuya actividad proselitista no trascendió los viejos muros de la sede central de la campaña, la vieja y fantasmagórica casona de Manga, hasta hace poco palacio de la nobiliaria familia del Colesterol, donde los diablillos de la soledad asustaban a plena luz del día.

Allí de vez en cuando se veían senadores y representantes (en ejercicio, electos y ahogados) con caras de “a mi qué”, a ponerse de acuerdo sobre cómo no hacer nada para evitar el triunfo de Zuluaga. Acogotados dirigentes, en algunos casos prepotentísimos (parecidos a capataces de un potrero de ordeño), que aún psicoseados por los “puya ojos” de sus respectivas campañas al Congreso, maltratan con palabras y gestos a humildes líderes de barrios y municipios que llegan a recibir orientación electoral.

Un comité de campaña cuyo común denominador es no decidir nada, pues todo viene decidido de Bogotá y en el que las propuestas locales son mal vistas por falta de presupuesto o por el temor de que no se les dé paso en la fría capital. Una gerencia de campaña atrapada por decisores que anteponen sus intereses electorales  a los del presidente-candidato Santos, en el que nunca hay acuerdo para conformar comisiones proselitistas (como en la anterior campaña presidencial) por temor a que el contrario perfore sus feudos electorales.

Mientras la campaña de Zuluaga atiborraba de cuñas publicitarias las emisoras comunitarias del departamento y de pasacalles los barrios de las cabeceras municipales, la de Santos, pocón, pocón. La publicidad fluyó pero no se oyó ni se vio, porque no hubo dinero para las cuñas radiales ni publicidad en los periódicos locales, ni para comprar el poquito de almidón para pegar los afiches. Tampoco para contratar transporte el día de las elecciones. Ni un peso para nada.

Muy pocos fueron los dirigentes que hicieron reuniones de líderes para tirar la línea de Santos. Todo funcionó a travésde los celulares.

Lo peor de este cuento es que la campaña de Santos se quedó con el pecado y sin el género. Con el pecado de ser dizque una campaña que nadaba en la mermelada, pero sin el género (so) néctar de los votos. En cambio, la campaña de Zuluaga, si bien no rodó por la pegajosa y dulce miel de la mermelada, sí lo hizo por la deliciosa y cremosa leche acidita del suero atollabuey que le dieron los ganaderos costeños.

Por eso, la campaña de Santos debe reinventarse en estas tres semanas que faltan para la segunda vuelta, para lo cual debe descentralizarse, desconcentrarse, “amabilizarse” y desoligarquizarse, para que puedan entrar otros actores excluidos en la atención de sus propuestas.

*COLUMNA MÓVIL*

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