La mayoría de los expertos coincide en que la educación y la adquisición de conocimientos hacen feliz a la gente. Nuestro sistema educativo, sin embargo, ha creado mecanismos para hacer sufrir a los alumnos. Los instan a que se desarrollen y cuando quieren ir más allá de las fronteras, son frenados en aras de mantener el orden y la institucionalidad. Los casos recientes de Aarón Swartz, en Estados Unidos y Miguel Ángel Olea, en Colombia, dos estudiantes que se suicidaron, muestran cuán infelices hacen a las personas los mecanismos aplicados para mantener la institucionalidad.
Olea, de 18 años, se suicidó con un veneno por haber reprobado, según su familia, el año escolar. Estudiaba en un colegio público en Usme, al sur de Bogotá, y representó con su grupo a Colombia en el concurso ‘Lunabotics Mining Competition 2012’, organizado por la NASA, donde obtuvo el segundo puesto entre 70 participantes de distintos países del mundo.
Olea perdió el año por inasistencia. No se tuvo en cuenta que debió ausentarse de clase para representar al colegio en varios proyectos de robótica, como aseguran los familiares.
Por su parte, Swartz, de apenas 26 años, se suicidó en su apartamento en Nueva York en enero de 2013. Era un prodigio de la tecnología y defensor de la libertad en Internet.
A los 12 años desarrolló un sistema informático usando Oracle y herramientas de código abierto, y ganó el premio ArsDigita un año después. Ayudó al lanzamiento de Creative Commons, una organización sin ánimo de lucro en los Estados Unido que permite usar y compartir tanto la creatividad como el conocimiento a través de una serie de instrumentos jurídicos de carácter gratuito. Fue el director creativo de Open Library (Biblioteca Abierta), un sitio que ofrece obras de dominio público que se pueden leer en línea.
En 2010, Swartz empezó a descargar documentos de JSTOR, un sistema de archivos de publicaciones académicas. Es inimaginable que el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) espiara a Swartz, sin orden judicial y sin su consentimiento, para luego entregar esta información a las autoridades de policía.
Según sus familiares, “La muerte de Aarón no es sólo una tragedia personal. Es el producto de un sistema de justicia penal plagado de intimidación y persecución. Las decisiones tomadas por los funcionarios de la oficina del Fiscal de Massachusetts y en el MIT contribuyeron a su muerte”.
Tanto Olea como Swartz fueron víctimas de esa parte perversa de la institucionalidad que no tuvo en cuenta sus éxitos y logros.*Profesor del Programa de Ingeniería Industrial, UTB
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