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Columna

El Congreso que vendrá

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Si de los partidos depende, es poco probable que el Congreso que se elegirá en marzo vaya a ser “el de la paz y el que saque adelante reformas vitales”.

Ni mucho menos, el que asuma “tramitar reformas que no dan espera en campos como la justicia, la salud y la educación”, si nos atenemos a cuanto ha ocurrido en congresos antecedentes y legislaturas recientes con aquellas y otras dinámicas legislativas decisivas para la solución de demandas de la sociedad colombiana en esas coordenadas.

Y no va ocurrir, porque los partidos políticos en Colombia apenas si son trasunto de tales, mera formalidad para la mecánica electoral clientelista de acceder a un escaño por vía de la compra y venta de votos, la contratación pública espuria e ilícita y la conformación de centros de poder para elegirse individuos y clanes familiares en las diferentes jurisdicciones territoriales y electorales.

Más afines a un bazar persa electoral, los partidos en Colombia no pasan de ser escenarios conformados, estructurados y dispuestos en su organización, métodos y mercadeo, para el comercio y trueque electoral.

Son un falso entarimado de organizaciones políticas estructuradas para canalizar la opción política ciudadana por la reivindicación de soluciones concretas y posibles a las múltiples problemáticas y demandas de la vida en sociedad del conglomerado humano que la conforma.

Por eso hoy ni se habla ni se debate en los partidos políticos que fungen como tales en Colombia. Ni se perciben las diferencias ideológicas y políticas que, por oposición a organizaciones similares, dieron origen a su conformación como alternativa válida a modelos de Estado y de gobiernos.

O, a contrarrestar ideologías y poderes perturbadores en alto grado de los presupuestos y logros que haya podido alcanzar la sociedad en el ámbito de la democracia participativa, la inclusión y la convivencia política diversa.

Piedra angular de los partidos en sociedades pluralistas, en Colombia no asoman ni se vislumbran, en razón del carácter clientelista y deformante de la civilidad que entraña el clientelismo y la corruptela electoral.

Y es que para el tráfico electoral no se necesitan partidos, se organizan empresas electorales; se compran y se venden votos al por mayor y al detal.

Así acontece en Sucre, en donde más de ocho aspirantes a reelección y a nueva curul, de diferentes partidos y jurisdicciones, han “comprado” lotes de 10 mil votos a un mismo y único gran elector, cuya cauda, según sus promotores de mercadeo y ventas, alcanza 130 mil sufragios.

Así, aquí y acullá, operan nuestros partidos políticos, funciona la democracia y se “construye” nación y sociedad en Colombia. Ni más ni menos.

elversionista@yahoo.es@CristoGarciaTapia

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