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Columna

Experimentar la eternidad en carne propia

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Un sacerdote de mi colegio usaba una metáfora para aproximarnos a tener una vivencia de la eternidad: “Imaginen, decía, un monte diez mil veces más alto que el Everest, y que cada mil años pasa un águila que toca con una de sus alas la punta de esa montaña. Cuando el roce haya desgastado la montaña hasta aplanarla, habrá pasado un segundo en la eternidad.”

En los últimos años los habitantes de Cartagena hemos experimentado una vivencia real de la eternidad, tan fuerte como la de la montaña: la construcción de Transcaribe.

Al parecer la distancia de menos de 13 kilómetros entre la entrada a Bocagrande y el que se llamará Patio-Portal del Gallo (Bomba del Gallo, en la vía a la Terminal de Transporte) no corresponde a un tramo del espacio-tiempo, sino que pertenece a un espacio discontinuo, formado por fragmentos infinitos.  Y es que la historia de Transcaribe es la de una sucesión de parches: el primero, en  2007, fue el del Centro; luego el fragmento entre la Bomba del Amparo y la Castellana; luego rehacer lo que habían hecho mal en el Centro; luego el pedazo entre la Castellana y los Cuatro Vientos; luego el trozo desde allí hasta antes de Bazurto; y luego el trayecto entre la India Catalina y el Cerro de San Felipe. Y ahora, por fin, se ha iniciado el parche correspondiente al Mercado de Bazurto… aquel reducto del universo con el que aparentemente no puede la industria humana.

Los ciudadanos ya están acostumbrados a pasar junto a los pedazos en construcción y ver que no pasa nada. Y a apreciar, en los fragmentos ya terminados, cómo las vías y estaciones se deterioran sin haber sido utilizadas. Ante esta situación creo pertinente hacer la siguiente pregunta, dirigida a la administración municipal y a los contratistas: ¿existe la intención real de terminar la obra? Si existiera la intención, debería haber, en consecuencia, ejecución; la ciudadanía debería sentir que esa es la prioridad de la movilidad urbana.

De otra parte, cuando la vía esté terminada resta un largo proceso: chatarrizar los buses viejos, fijar la tarifa, y realizar una campaña de educación ciudadana sobre el uso del sistema. Si estos trabajos y tareas  se hicieran al ritmo que ha tenido la construcción, la puesta en marcha del sistema  demoraría aún más que la montaña del ejemplo.

Lo más grave es que este caso ilustra la impotencia de la administración frente los problemas estructurales de la ciudad (movilidad, seguridad, maltrato de los cuerpos de agua, ecología urbana en general, corrupción). La solución, por lo tanto, solo provendrá de  una ciudadanía vigilante y crítica que insista en el deber de estas instituciones de reparar ahora el daño que han hecho a Cartagena.  

*Coordinador de Humanidades, UTB

hcalvo@unitecnologica.edu.co 

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