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Columna

A mi hermano Jorge E.

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Mi hermano no se llamaba Miguel, como el tuyo, poeta. Ni era el menor de nosotros. Una tarde de agosto, el mío se escondió en un árbol de mango, no lejos del patio de la infancia, una tarde de octubre. Y en vez de triste, siempre estaba alegre.

Mi hermano, que se llamaba Jorge Efraín, era el mayor de cuatro varones y yo lo amaba con puro amor, silencioso  amor. Con un amor de amistad, que nos prodigamos los humildes; cotidiano y elemental como la sal y el agua; como los atardeceres del patio de mamá; como esas albas y ocasos donde van y vienen días y existencias.

Hermano, Jorge, Mono, “Chicovale”, “Marqueseña”, todos y el mismo, era en nosotros tu nombre y tú. El pilar, el primero de los cuatro varones que llevaríamos en andas el ataúd de mamá el día aún lejano de su muerte.

El tuyo ahora nos toca a los tres que quedamos, y a Jorge David, tu nieto – hijo, en esta tarde de un octubre que, a la vez que nos memora nacimiento, nos deja tu muerte, hermano, bamboleante en el traspatio.

Contigo, Jorge, vimos anochecer la infancia, amanecer los días altaneros de las privaciones y domarlos; a conocer las madrugadas de los jornaleros más allá de los lindes de la casa. A conjurar el surco y la semilla, los brotes del pancoger.

A mamá/ en el rescoldo de un fogón de leña/ multiplicar con sus manos blancas el pan de esta hora/ Por las aceras/ la espuma de una lluvia de otra edad/ Y en el fondo del patio, hermano, entre el tamarindo y los naranjos, a papá que nos hace señas y sonríe. Recién venido de sus ires y venires de labriego bueno. Y volvemos, “Chicovale”,  esta tarde y para siempre, a ser huérfanos.

Y viuda inmaculada otra vez, mamá. Huérfanos de ti, hermano, viuda de ti, hijo. Busco en la memoria de esa tarde, Jorge Efraín, y vuelvo a encontrarte en la infancia: vas por las aceras/ jugueteando con los copos blancos/ fugaces de la lluvia/. Pero otra es la calle, otras las aceras, el blanco de los copos otro y la lluvia es perpetua. Vas hermano, risueño como el padre, por las aceras infinitas de la muerte.

Y aquel anochecer de la infancia es ahora la cena interrumpida, la luz apagada, las ausencias; tus rizos dorados de tres años que aun guarda mamá en el fondo del baúl.

Y nosotros en ti, Jorge Efraín. En ti como/ la puerta falsa/ la puerta del corral/ el patio/ La cocina con sus humos/ con su hollín perpetuo/ Mamá/ su bacinilla de peltre/ la linterna y su luz de keroseno/ El aguamanil/ la tinajera rebosante de aguaceros/ Papá/su sombrero de fieltro en el ropero/ sus coletas/ Una mochila colgada en el alar/ el machete/ el calabazo/ Jorge Efraín/ sus manos prematuras de jornalero/ El maternal sabor de la parca ración vespertina/ Las manos sin tiempo de una abuela/ colgando en la pared/ los ojos azules de otro abuelo/*Poeta

@CristoGarciaTapelversionista@yahoo.es

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