Aquel liberalismo que apoyó la desmovilización de las “guerrillas liberales de los Llanos”, no existe ya.
Ni memora en sus registros oficiales el apoyo dado a la conformación de guerrillas campesinas para “defenderse de la policía conservadora”, que cumplía la macabra orden de “guerra santa” contra los liberales impartida desde arriba.
Ni siquiera en los registros mediáticos de la celebración de los sesenta años de la desmovilización de las guerrillas legendarias de los Llanos en Monterrey, Casanare, se le vio la cara a quien funge como Director de la colectividad roja.
Quizá, para no dejar entrever su impericia lectora cuando de traer a cuento alguna protocolaria remembranza de la organización política que hoy regenta por mérito de un delfinazgo, heredado e instituido como requisito para recibir todos los honores y cargos en la nomenklatura del Establecimiento.
El que en un largo periodo de la historia nacional fue decisivo en la modernización del país, en la apertura democrática y electoral a otros credos y organizaciones políticas, es probable que hoy no sea materia de conocimiento ni de interés alguno del ungido por fuerza de la sangre para detentar sin mayores esfuerzos su dirección.
Creer que Simón Gaviria es apto para dirigir una organización política de la dimensión de un partido, aún en estado de insolvencia o extinción como el Liberal, no pasa de ser un regateo al menudeo con la historia, con sus jefes históricos y con el liberalismo raso de todos los tiempos.
Y con el país, desde luego, si reparamos en el papel secundario que el Partido Liberal tiene en la negociación del fin del conflicto armado en La Habana con otra guerrilla, las FARC-EP, igualmente surgida de las entrañas campesinas por la misma causa de la de los Llanos.
Sólo que con aquellas de 1953, las cosas tuvieron un precio irrisorio, en especie, y ningún costo político ni reelección presidencial marcando los tiempos y tonos que hoy se tratan de imponer: “Un hacha y un machete”. “Y una libra de café”, que solo alcanzaron a recibir los que firmaron primero. (Jorge Enrique Meléndez, El Tiempo, domingo, 22 de septiembre de 2013).Ahhh…Y, a cambio de su desmovilización, un certificado de que no tenían deudas con la justicia.
El mismo certificado que hoy se regatea y que, en la relación costo beneficio que su expedición entraña para la paz de Colombia, no es que resulte oneroso. Y sí, la menos costosa de las opciones que conlleven a la consolidación de un proceso de paz en Colombia. Y por ahí, a transitar por vía segura las alamedas de la paz real.
Esas que Santos aún no se atreve a abrir con decisión y visión de estadista, timorato como actúa por los tiempos alterados de su reelección.
*Poeta
@CristoGarciaTapelversionista@yahoo.es