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Columna

Otro muerto

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Aunque algunos sectores se abstuvieron de marchar, el pasado 9 de abril miles de personas se movilizaron por la paz en un respaldo masivo a la paz y a los diálogos de La Habana. 
En Colombia, después de que varias generaciones sólo conocieran las motosierras, secuestros, tortura y balas para resolver los conflictos, cansados de navegar en ríos sangrientos, parece que la paz tiene un significativo apoyo popular. Pero son evidentes las ampollas levantadas en aquellos que solo conocen la opción de guerra y ganan popularidad con ella. 
Lo importante no es que la mayoría de los colombianos esté dispuesta a movilizarse por la paz, el peligro es que algunos estén dispuestos a hacer lo que sea para sabotearla. Esto, por supuesto, se traduce en falta de seguridad que tendrá que asumir el presidente Santos.
Los asesinatos a defensores de derechos humanos y a líderes de las víctimas del conflicto armado constituyen un problema que la Presidencia, a pesar de sus intenciones de paz, no ha tenido la capacidad para resolver.
La participación de las víctimas, estimada en la ley -proyecto bandera del gobierno nacional-, requiere un serio análisis. Cada movilización, cada nuevo escenario de participación, podría eventualmente aumentar la visibilidad de los líderes y sus intenciones, y así mismo podría estar alimentando el hambre de sangre de los “ejércitos anti-restitución”.
La marcha del pasado 9 de abril estuvo manchada por una larga estela de dolor con el asesinato de Ever Antonio Cordero, líder de restitución de tierras en Valencia, población del departamento de Córdoba. Su voz fue apagada a balas, en la mañana, aún muy temprano. Su muerte, además, se puede interpretar como un mensaje a los otros líderes víctimas del conflicto armado, que sienten su vida amenazada en cada paso.
Aún existen muchos intereses oscuros sobre las tierras que les quitaron a las víctimas, y que ahora la ley pretende restituir. Si bien se pretende avanzar en medio de la peste de la guerra, si bien se pretende construir reconciliación, reparar y devolver algo de lo que les arrancaron, sería un error seguir haciéndonos los ciegos frente a los riesgos vitales.
Hace un par de años, un reconocido líder en situación de desplazamiento, se levantó en un escenario de participación, rodeado de otras víctimas, y con voz contundente dijo: “De aquí algunos saldremos muertos”. Una gélida ráfaga de miedo recorrió el salón. 
Aunque el asesinato de Ever Antonio Cordero debe ser un motor para todos los intentos de construir paz, merece una reflexión sensata sobre la seguridad personal de aquellos que dan su vida para que la paz sea una posibilidad. No podemos permitir que los sigan matando y apenas resignarnos a contar sus cuerpos, como si fuesen unos caídos en guerra.

*Psicóloga, activista, defensora de derechos humanos

claudiaayola@hotmail.com

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