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Columna

Dividir para guerrear

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El mundo está pendiente de Méjico, no tanto por la violencia que generan los traficantes de narcóticos, ni por la corrupción que corroe su administración, sino por creer en la firmeza del propósito de Enrique Peña Nieto de convertir a su país en una potencia, todo porque logró que las fuerzas políticas, sin reparar en la ideología que las inspira, se conjuntaran para respaldar su iniciativa.En Colombia, en cambio, a pesar de las perspectivas que nos favorecen, los dirigentes, en especial quienes mandaron en el pasado, se incomodan ante la posibilidad de que fructifique la tentativa que procura ponerle fin a la guerra que inició la guerrilla contra el Estado. Por eso se dedican a torpedearla para dividir la opinión. En efecto, mediante mensajes que publican en las redes sociales, a través de cartas o por medio de los micrófonos de las radiodifusoras locales o nacionales, desacreditan al Presidente por traicionar la política de tierra arrasada que primó en el pasado o asumir una tarea sin tener la autorización de los votantes.
Lo que preocupa no es que disientan, sino el tono de pendencia que emplean que para exteriorizar su descontento e indicar el que, a su juicio, es el camino para solucionar los problemas que afrontamos desde antaño y que ellos tampoco solucionaron cuando gobernaron.
¿Por qué lo hacen? Al parecer los exmandatarios no se conforman con haber gobernado, sino que aspiran seguir haciéndolo, aunque sea por conducto de títeres. La nostalgia del poder los desafuera y sienten que actuar con mesura o mantenerse al margen no los dignifica, sino que los envilece, sobre todo cuando quien los reemplazó modificó la visión que imperaba al posesionarse, encaminándose por la construcción de consensos para solucionar conflictos mediante el diálogo con los adversarios, los copartidarios o los vecinos, sin reparar en las afinidades o diferencias, porque lo que debe predominar es el interés de todos y la armonía en las relaciones.
Pero construir consensos, por motivos diferentes, es un agravio para los examdatarios Pastrana y Uribe. Este no concibe que se acuerde la paz con la insurgencia. Prefiere que continúe el enfrentamiento hasta que no quede ningún guerrillero, así se prolongue el conflicto. Aquel, olvidando que su triunfo obedeció al acercamiento que tuvo con Manuel Marulanda Vélez, descalifica el proceso porque, de firmarse la paz, habilitará a Juan Manuel Santos para obtener la reelección, a pesar de que no tenía mandato para intentar cumplir una de las misiones que la Constitución le impuso a cada colombiano, en especial a quien comanda el ejecutivo.
No se trata de ocultar la valía de las opiniones de aquellos que gobernaron, ni la antipatía que las Farc despierta entre los colombianos, ni el rechazo que provocan las agresiones que aún cometen. Pero tampoco se puede omitir la perversidad de la pretensión de detener las negociaciones arguyendo que se entregará la seguridad, se desmejorará a los militares y que habrá impunidad. Mentir para crear desconcierto, la estrategia de los que se oponen al cambio para forzar que la preferencia de la sociedad se encamine a provocar el aborto del intento que se realiza en Cuba.
Propendamos no sólo por la paz, sino por la conformidad para crecer, como ocurre en Méjico.       

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