Mahmud Ahmanideyad vino desde lejos a solidarizarse con los parientes de Hugo Chávez. No podía eludir la congoja que su deceso le produjo. Tampoco a la madre del difunto, que buscaba consuelo y, al encontrarse, se le acercó, tomándose de las manos y juntándose hasta casi abrazarse. Una escena fruto de la emoción y del desconcierto. Era su amigo quien yacía dentro del féretro. Esa condolencia, que quedó registrado en una fotografía, se le convirtió al presidente iraní en un problema de estado. Lo acusan de ineptitud por infringir la ley que impide a los varones tocar en público a una mujer que no pertenezca a su familia.Con su proceder, Ahmanideyad logró lo que USA no había conseguido: su desprestigio y la inestabilidad para gobernar su pueblo. Todo porque, según las leyes islámicas, cometió una impudicia. Ahora los clérigos lo censuran y sus enemigos señalan su pifia en todo lugar y en todo momento. Pero las críticas no provienen solo de la imagen que se difundió por el mundo, sino de la comparación que hizo entre Chávez y Jesucristo, de quien, como todos los iraníes hacen, reconoció la condición de santidad y perfección. Permitió que la emoción primara sobre la racionalidad, omitiendo los protocolos para expresarla.
Un descuido que ni perdonan, ni olvidan, ni justifican los iraníes. Un agravio que perdurará. Quizás allá piensan que un dignatario no puede, ni debe ocultar un sentimiento, pero al descubrirlo no debe transgredir los límites del ritual. Les pasa lo que a nosotros: respetan y privilegian el rigor de la forma, pero descuidan la calidad. Le dan prioridad al parecer sobre el ser. Por eso una condolencia, manifestada a través de un leve contacto de los cuerpos de quien la da y de quien la recibe, se transforma en impudicia, no importa que la que vive el duelo sea una anciana.
El celo por la moralidad llevado al extremo de la paranoia y del oportunismo. Una exigencia de fidelidad que desborda lo racional. ¿A quién puede ocurrírsele en occidente que, para no ofender, quien da un pésame debe abstenerse de abrazar al doliente, sobre todo cuando el afecto entre el difunto y quien se acerca al pariente era de conocido por la comunidad? Pero los iraníes no lo entienden así. La distancia entre hombre y mujer se debe respetar para no agraviar a la divinidad, ni desatar la tentación. El gobernante no debe develar la concupiscencia aunque mantenga un harem.
Pareciera que la corrección no depende tanto de comportarse como se debe, sino hacer el gesto que corresponde. También que la cortesía no consiste en replicar el comportamiento del lugar al que uno asiste, sino persistir en la costumbre que se adquirió en la casa del padre, aunque, como en el caso de expresar una condolencia, la inexpresividad y la lejanía ante la madre del difunto confieran una sensación de ausencia, indolencia y prepotencia, que tampoco concuerda que la imagen que debe proyectar un jefe de estado durante una ceremonia de la que se ocupa el mundo entero.
En esta circunstancia Mahmud Ahmanideyad quedó reportado como impúdico debido la rigidez de los protocolos que impone su religión y la espontaneidad con que se acercó a la madre del difunto para reafirmar la conmoción que su muerte le produjo.