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Columna

El abandono del papado

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En el convencimiento popular, un papado ni se rechaza, ni se abandona, sino que se ejerce hasta la muerte. Por eso, cuando anunció que pronto se despojará de su investidura, Benedicto XVI consternó a los cristianos. Para justificar su renuncia arguyó que sus energías ya no le alcanzan para atender las tareas del pontificado. Por su edad nadie lo duda. Pero sus antecesores batallaron hasta el último suspiro. Y eso hacía que se incrementara la devoción que la feligresía les profesaba. Quizás el don de la infalibilidad los alentaba a continuar intercediendo por ella, aunque se arrastraran al andar o no pudieran levantarse de la cama.Sin embargo Joseph Ratzinger dimitió, dando lugar a que se conjeture sobre las razones de su decisión. Quienes comentan la realidad que circunda al papado dan cuenta de la existencia de una división que el pontífice no pudo controlar y que propició un grupo de cardenales, a cuya cabeza está Tarcisio Bertone. Dejaron de obedecerle y se aclaró que cuando median intereses hasta la infalibilidad que le atribuyen al Papa puede omitirse para proteger los secretos que posibilitan disfrutar fortunas o privilegios que se originaron en fraudes u otros ilícitos.
Aunque hay que reconocerle que intentó erradicar el hermetismo que circunda el manejo de las finanzas del vaticano designado personas de arrojo, méritos y sapiencia, el esfuerzo de Benedicto XVI no rindió el fruto que esperaba. Los corruptos se agazaparon, eludieron la embestida, lanzaron el contraataque y neutralizaron, a través del desprestigio, la intimidación o la remoción de cargos, a los que averiguaron y develaron los tejemanejes que enturbian los negocios del Banco Vaticano.
Un desenlace que mortificó el pontífice y que pudo evitar si hubiera destituido al cardenal Bertone, cuyo ascenso al poder obedeció al error en que incurrió el Papa mientras pronunciaba una conferencia y que le atribuyeron al cardenal Sodano, a pesar de que no fue él quien introdujo el texto en contra de Mahoma que ofendió a los musulmanes, sino uno de los seguidores de Bertone. Un error de cálculo que revela que ejercer un papado requiere tanto de erudición y disposición de sacrificio, como de sagacidad.
Pero la tentativa por aclarar las finanzas no es el único motivo que originó los enfrentamientos en la cúpula. Al Papa tampoco le perdonaron que hubiera descubierto a los pederastas, pidiera perdón por sus abusos y prometiera entregarlos a la justicia. Ellos piensan que la preservación de la doctrina no solo es uno de los asuntos que competen al Papa, sino la protección de los secretos que unen a quienes integran la cúpula de la Iglesia, de manera que muchos cardenales sienten que esclarecer esos comportamientos le resta solidez a las alianzas que sostienen sus misterios. 
La renuncia del Papa, a pesar de que lo catapultará a la historia por asumirse como humano al reconocer la incapacidad para sortear las dificultades del momento, permitirá que lo glorifiquen y le confieran el beneficio de la humildad, pero también que le señalen su falta de destreza para superar las dificultades que desprestigian a la iglesia y su falta de carisma para unir y convencer al mundo  de la validez de su convicción: la salvación la tiene solo el dogma de la iglesia católica, apostólica y romana. 

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