A pesar del rechazo que causa las Farc, nadie niega el interés que su suerte genera. A sus líderes, por la intranquilidad y desconfianza que provocan con su barbarie, los persiguen las autoridades. De sus pronunciamientos siempre dan cuenta los periodistas. Los efectos de sus actuaciones repercuten en todos, sobre todo cuando deterioran la infraestructura energética, vial o petrolera, agreden o secuestran a personas que no participan en el conflicto o ultiman a agentes del Estado. Por eso, en este país de inequidades, la mayoría descree de sus propósitos y niega la pretensión de ser sus voceros.Y esa misma mayoría, que desea el fin de la guerra, se llena de esperanzas cuando las autoridades anuncian que se sentarán con la insurgencia a negociar la paz. Pero hoy no hay euforia, sino prevenciones, todo por persistir la guerrilla en atacar a la población civil y proliferar las diatribas de quienes se oponen a los diálogos, alegando inconveniencia. Temen que los insurgentes recobren los espacios que perdieron y se desmoralicen los soldados de la patria al negarles cumplir la gesta de aniquilarlos, aunque esta estrategia mantenga la tensión e incremente la violencia y las repercusiones en el erario.
Los enemigos de las conversaciones, que dudan de la voluntad de la guerrilla para pactar la paz, le achacan laxitud a Juan Manuel Santos y afirman que los ataques de estos días se debe a ello, olvidando que, aunque en los últimos tiempos las fuerzas militares las han diezmado, ellas no perdieron la capacidad y la intención para destruir y perturbar, ni la habilidad para negociar sin cerrar un acuerdo, ni el hábito para justificar las torpezas que cometen, aunque incrementen el repudio de la opinión pública.
Esto lo sabía el país. El presidente también. Por eso autorizó el acercamiento advirtiendo que los operativos contra la guerrilla no se detendrían. Y esto se ha cumplido, como evidencian los campamentos que se desmantelaron durante los días previos y los cabecillas que fallecieron en combate, de modo que se distorsiona la realidad y se le pone un explosivo al proceso de paz cuando se afirma que la inseguridad crece porque las fuerzas armadas han disminuido la intensidad de la lucha o el fervor para adelantarla como consecuencia de la traición de su jefe.
Además, hay que recordar que el marco dentro del cual se desarrollan las negociaciones no reporta ventajas para la guerrilla, pues en la agenda no se contempla el despeje de territorios, ni la abolición de la propiedad privada como soporte de la producción, ni la impunidad frente a las atrocidades, ni la paralización de las exploraciones que adelantan los mineros extranjeros, un renglón al que, sin restricciones ni reparos, le apuesta la dirigencia del país para mantener la dinámica de la economía.
Estas razones obligan a respaldar al Presidente en su intento por finiquitar, a través de la concertación, el conflicto e insistir en que la ira y el desconsuelo que provoca el secuestro o asesinato de unos policías no son motivos suficientes para abandonar el proceso, sino el incentivo para cerrarle a las Farc la oportunidad de seguir siendo protagonistas de la violencia y de la desesperanza. No sintamos temor cuando el juego apenas empieza.