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Columna

El poeta Turbay

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Murió el poeta. Inteligente, mordaz, repentista, de un gran sentido del humor, hipocondriaco, se tomaba hasta las pastillas de los amigos y se reía de ello. Fue un gran amigo de mis padres. A través de ellos lo aprendí a querer.
Fue viceministro del Trabajo, ministro encargado por largo tiempo, Embajador en Beirut y Alcalde encargado de Cartagena. Decía sobre este último cargo que en la Ciudad Heroica nadie se había percatado de que había sido alcalde, y él tampoco, por supuesto. No puedo imaginar algo más lejano de la política que la poesía. Así era el poeta Turbay: una paradoja vuelta hombre o un romántico incorregible que creyó poder cambiar la oscuridad de la política con la luz de sus versos.
Se comenta en los círculos intelectuales que fue un gran poeta: Premio Nacional de Poesía Jorge Gaitán Durán. Así lo constató el periódico El Tiempo de hace 50 años, donde aparece fotografiado con el gran León de Greiff. Viajó a España a recibir un premio por su poesía y dejó plantados a los oferentes. En verdad, no he leído sus versos, ni se los oí nunca declamar; no hacía falta, él mismo era la poesía.
En una ocasión, lo comisionó la Gobernación de Bolívar, junto a Juanchín Castell, para recibir en el aeropuerto de Crespo al escritor y pintor Héctor Rojas Herazo, el autor de "En noviembre llega el arzobispo", quien había sido galardonado por su obra literaria. Contaba que los mandaron en el automóvil de la Gobernación y que, una vez en las instalaciones del aeropuerto, se antojó como nunca de un perro caliente. Indagó con Juanchín si tenía dinero, obteniendo por supuesto una respuesta negativa (sobra decir que los poetas siempre andan alcanzados, mientras la gente normal hace plata, ellos hacen versos), a lo cual exclamó el poeta: “¡Hasta ahora me cercioro de que el hambre existe!” La descubrió ese día.
No alanzaría el periódico para contar las anécdotas de Félix. Como aquella ocasión en que pretendió venderle a mi padre una pistola Luger de fabricación alemana, que había adquirido en sus trasegares por Asia y Europa, avaluándola en la suma de 35.000.000, oferta que mi padre no aceptó, pues era un precio evidentemente desproporcionado, a lo que el poeta contestó: "¡Tú no sabes el valor histórico de esta arma, es de museo, con ella se suicidó Hitler!”
Adiós Poeta, algún día nos encontraremos para hacer versos juntos, porque, como dijo otro poeta, los poetas nunca mueren, sólo cambian de lugar para hacer nuevos versos.                    
           
abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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