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Columna

El poeta

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Erase una vez un poeta nacido en El Carmen de Bolívar, quien, desde joven, sintió el compromiso de cantarle a la vida, a  la belleza y al amor.
Y fue uno de los grandes poetas de Colombia. Así se le reconoció cuando se le confirió el Premio Nacional de Poesía.
Su figura delgada, coronada con una melena blanca, y sus finos y elegantes  ademanes, propios de un aristócrata, no le permitían pasar desapercibido. Era un aristócrata del espíritu y actuaba como tal.
Su mundo no era el de los demás mortales. Su mundo era muy distinto. Era un mundo de una dimensión y coordenadas espirituales donde el sentido de lo sublime excluía lo prosaico y lo vulgar, no así los dolores, las angustias y las miserias de la condición humana. Porque el poeta padecía de humanidad. Por eso era un ser agónico, con sus fantasmas interiores, como su compadre, el escritor, pintor y también inmenso poeta, Héctor Rojas Herazo.
Y era orgullosamente consciente de su condición. Una anécdota ilustra este aspecto. En septiembre de 2012, conocí en Madrid a un importante hombre de la cultura en España quien me contó que el poeta fue designado como jurado de un premio de poesía que debía ser entregado por el Rey de España. Y a la ceremonia de entrega viajó el poeta a ese país con el inconveniente de que en dos oportunidades sucesivas fue necesario aplazarla por ausencia del monarca. El poeta se negó a asistir a la tercera cita y viajo a Colombia. Su argumento: “Un Rey no puede hacerle eso a un poeta”. De regreso a Cartagena, le inquirí sobre la anécdota y muy serio me dijo: “Con alguna exageración, pero cierta”.
Y otro amigo me contó que, en algún momento, el poeta le mostró una pistola “Luger” que le había sido regalada por el Embajador de Alemania en El Líbano, cuando el poeta ejercía como embajador de Colombia en ese país. El amigo ofreció comprarle la pistola y ante la exorbitante suma de dinero pedida, dado que no existía la menor intención de su dueño de venderla, el posible comprador manifestó su extrañeza. Y el poeta, con rostro inexpresivo, le explicó: “Es que con esta pistola, Hitler se suicidó”.
Así, caracterizado por la generosidad con sus amigos y seres queridos, un sentido del humor que desconcertaba a sus interlocutores ante la incertidumbre de si hablaba en broma o en serio, el uso del sarcasmo demoledor a flor de labios, sus miedos y temores, su conversación fluida y culta, y sus magníficos poemas que no quiso publicar, transcurrió la vida del poeta.
Tu familia y tus amigos te vamos a extrañar, pero te recordaremos siempre, Félix Turbay Turbay. Descansa en paz.

madorojas2@gmail.com

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