El partido republicano no se cansa todavía de reprocharse haber olvidado y alienado con su retórica anti-inmigratoria a los votantes “latinos”, quienes saltaron al estrellato como los “culpables” de la reciente elección presidencial de los Estados Unidos.
El arma más poderosa de los “US-Latinos” ha sido el ritmo imparable de su crecimiento. Primero contaron por su capacidad de consumo y, ahora, por su capacidad electoral. Y eso incluye solo a los ciudadanos.
Se dice que son inmigrantes ilegales, sin educación y buenos para braceros, obreros o el servicio, pero al lado de aquellos viviendo en pobreza y violencia, lidiando con discriminación, persecución y deportación, hay cada vez más universitarios, empresarios y profesionales, alcaldes, senadores y juezas. Para disgusto de una mayoría que defiende su derecho a una sola lengua, esta es una población perfectamente bilingüe, cuyas nuevas generaciones se mueven ya sin vergüenza entre dos culturas. Los recién llegados son la minoría, y los que crecieron allí se sienten cada vez más “americanos”, más aún, le están cambiando el significado al gentilicio.
Son muy diferentes entre sí: los hay de todos los colores, nacionalidades y clases. Sin embargo, han sido ellos –vaya ironía- los llamados a realizar el sueño de unidad latinoamericana que la represión violenta de las dictaduras acalló en sus países de origen. Por eso hay quien se refiere a su presencia en “América” como “la venganza del invasor invadiendo al invadido”.
El “peligro” no acaba con la reelección de Obama. Gran parte de los votantes latinos son nuevos electores. Pertenecen, además, al grupo de los estadounidenses “de color” --afroamericanos, asiáticos, indígenas nativo-americanos; las minorías que, aunque todavía los gringos blancos no consideran verdaderos “americanos,” se anticipa serán la mayoría de la población en unas décadas.
A su lado, mujeres solteras, jóvenes estudiantes y profesionales, constituyen la nueva mayoría electora, que vota, entre otras cosas, por su derecho no solo al trabajo sino a una educación de calidad, salud pública, oportunidades y salarios equitativos para hombres y mujeres de todas las razas, matrimonios homosexuales y hasta el derecho a abortar. Es la mayoría que se cansó del cuento de que si unos pocos acumulan mucha riqueza y poder, los demás serán felices por extensión, obra del milagro de la generosidad de los más codiciosos. Por su parte, los Republicanos son populares entre los blancos mayores de 65 años.
Si los demócratas se aseguran la fidelidad de los nuevos votantes, es cuestión de tiempo antes de que se quiebre la larga historia de conservadurismo de la superpotencia. Por eso los Republicanos dicen ahora que hay que “suavizar” el discurso sobre la inmigración, dejar de hablar de los latinos como “amenaza” y sacarlos de su “confusión”. Mentirles.
Lo que no reconocen es que esos hispanos llevan con ellos la memoria de una larga historia de opresión en nombre del mismo cuento, que se cansaron de luchar en sus países contra gobiernos vendidos y apoyados militarmente por Washington aún mientras mataban a su propia gente, que esos mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, centroamericanos -son los sobrevivientes a la violencia y la destrucción dejada por las guerras sucias, el colonialismo, el imperialismo, y el cinismo. Sin embargo, a juzgar por sus votos, aún defienden su derecho a la esperanza.
nadia_celis@hotmail.com
*Profesora e investigadora