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Columna

Respuesta de una lectora “inquisidora”

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Con ocasión de la película sobre Memorias de mis putas tristes, Óscar Collazos ataca en una columna a las activistas que denunciaron la apología a la prostitución infantil implícita en la novela de García Márquez.
Las acusa de no entender los límites entre ficción y realidad. Identificar la obra “con la moral e ideología del autor” es aceptado entre lectores comunes y críticos, base del éxito para algunos y de la persecución política para otros. Raro es que un escritor se queje de esta “confusión” cuando su protagonista denuncia al poder o se rebela contra la opresión. ¿Será legítima esa identificación apenas cuando sus protagonistas son héroes? Los escritores son humanos, la mayoría hombres, y sus personajes pueden encarnar lo mejor o lo peor de sus recovecos psíquicos y morales.
Las memorias del octogenario Mustio Collado no son, como sugiere Collazos, el desliz de un escritor bordeando, como su protagonista, la senilidad; ni es la “turbia sexualidad de un anciano” un tema “episódico” en la obra de García Márquez. Tampoco es Delgadina la primera a la que los directores de sus versiones cinematográficas crecen para hacerlas presentables. Recuérdese a América Vicuña, la última de las 623 amantes del infeliz Florentino Ariza, inmortalizado por su devota espera de Fermina por 55 años. La niña, de 12 años en la novela, en la película es una universitaria liberal ennoviada con el setentón y su suicidio, durante el idilio del anciano con la viuda, es suprimido. Tampoco Eliza Triana, la actriz que la encarnó en Del amor y otros demonios, tenía los 13 años de la original Sierva María. El que filme Cien años de soledad hallará el mismo problema con Remedios Moscote, comprometida a los 9 años con el Coronel Aureliano Buendía, quien la acompaña en sus juegos de niña hasta su primera menstruación, y enviuda cuando, a los 12, la pequeña muere con un par de gemelos atravesados en el vientre. La lista no acaba allí, ni terminan en la literatura las implicaciones violentas de este tipo de relaciones.
Tiene razón el columnista en su implícita declaración de que el “valor simbólico” de la novela depende del ojo lector, aunque es interesante que lo “grosero” esté para él en las quejas de las lectoras. Las palabras son poderosas y un escritor, al privilegiar una perspectiva, puede obnubilar a sus lectores. Ni Delgadina ni ninguna de su antecesoras hablan, así que no es difícil ver el mundo como lo pintan los ancianos. Pero es el lector o lectora, el último eslabón de la cadena de identificaciones detonada por la ficción, quien debe decidir si lo que importa en el texto es el primer amor de un enfermo sexual y violador (según él mismo confiesa), o la historia de una niña pobre y explotada, drogada mientras el viejo hace de ella lo que le da la gana.
Dudo que a García Márquez le interese defenderse de las “inquisidoras”, le sobra poder como para que le incomodemos. A juzgar por esa última novela, ya a los 80 podía descararse en sus deseos íntimos. En cuanto a las defensas aguerridas de quienes se toman a pecho propio las objeciones contra la moral del escritor, también es cosa del lector interpretarlas.

*Profesora e investigadora

nadia.celis@gmail.com

*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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