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Columna

El tigre

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Así le dicen al prodigioso futbolista que nos entusiasma con sus goles en la Selección Nacional, aun cuando tenga nombre brasilero y hablado argentino. Ese remoquete también lo ostenta el más temible bateador de Colombia de hace tres décadas: Abel Leal. Otro tigre famoso ha sido un excelente golfista con voraz apetito sexual.
El tigre ha sido aceptado como símbolo de admiración suprema en nuestra región. Pero no es americano. Así le decimos al jaguar, que habita el continente y se distingue por su fuerza, astucia y crueldad. Los costeños del Caribe aprecian y ponderan este depredador por ser lo contrario a su condición de gentes buenas y tranquilas.
Nuestros campesinos atribuyen a los animales pensamiento y razón, y su simpatía por “El Tigre” es inocultable, pese a que no consideran que su pariente el gato valga la pena. El jaguar es algo más que un gato grande. En nuestra costa hay dos variedades: el jaguar “florón”, de manchas grandes al estilo de flores, y el “malibú”, de la pinta menudita que carga la fama de ser más peligroso.
En cambio el gato es asimilado a la deslealtad y la ingratitud. Se observa esta poca consideración cuando se le integra con la paloma y el cachaco, “tres animales ingratos”. Pero ese gato grande, el tigre, tiene licencia para traicionar y matar. Fascina por su elegancia, su atlética elasticidad, y hasta por su ronquido sobrecogedor.
Borges fue un apasionado admirador del tigre. En el Caribe si se llama a alguien tigre, nunca se resentirá. Recibirá con agrado la distinción. Además de paradigma y emblema, se le otorga título respetable y se reconoce como el mejor en algo: “es un tigre para tal cosa…;”
Todos hemos sido tigres en algún momento. Es un homenaje fraterno que se nos hace. Con una intención persuasiva se acompaña una petición con cariñoso título: “oiga tigre”, “mire tigre”, para comenzar un planteamiento, esbozar un argumento, un elogio, una lisonja.
Hace poco más de medio siglo, merodeaban en las ciénagas cercanas al Canal del Dique unos pocos “tigres” que por escasos no eran menos feroces. Asustaban a las buenas gentes de esos pueblitos. Se les concedía míticas facultades y ponderaban su gran habilidad para evadir cercos, trampas y cacerías.
En el campo de la cinegética, el tigre es la pieza soñada, porque está siempre dispuesto a pasar de víctima a verdugo y convierte su cacería en un duelo de coraje e ingenio.
Además la caza está excluida del amparo de algunas damas pudorosas que integran las sociedades protectoras de animales que tanto perturban las corridas de toros y las riñas de gallos. Los hombres y los otros animales son cazadores en grupo, son chagüeros; el tigre es solitario. Si los otros son sedentarios y perezosos, el tigre es viajero, y encubre su fuerza incomparable detrás de su apariencia engañosamente blanda y suave, pero cuando ruge…; Su siniestra belleza no sólo nos fascina sino también nos escandaliza como todo lo hermoso que nos es hostil.
Sobre la posibilidad de reencarnar en un animal a un amigo le seducía ser toro, por aquello de tener por lo menos 30 hembras a su disposición. Pero el tigre, es el tigre, decía a continuación.

*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.

augustobeltran@yahoo.com

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