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Columna

Caída y descrédito

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La noticia, que se esperaba, no tardó en aparecer en las primeras páginas de los diarios: Eduardo Carlos Merlano (quien cobró celebridad en el país a partir de 13 de mayo de este año por la negativa de permitirle a unos agentes de policía verificar si conducía o no su vehículo en estado de ebriedad) fue destituido del cargo de senador e inhabilitado para desempeñar cargos públicos durante diez años por confrontar e intentar impedirle a los policías, apoyado en su dignidad, cumplir tareas de control, conducta que calificó el Ministerio Público como falta gravísima. Ya no regresará al Congreso.Una imprudencia que dificultará la labor de Jairo Merlano para reagrupar sus huestes, que comenzaron a inquietarse desde que la Corte Suprema lo condenó por tener vínculos con grupos al margen de la ley.
Privado de la libertad, él, y su vástago involucrado en el escándalo que auguraba el final de una carrera y la exclusión del epicentro del poder, sus aliados consideraron el éxodo. Sintieron que el árbol perdía su fronda y presintieron el decaimiento de un movimiento que irrumpió para renovar las costumbres que imperaban en la política, pero que pronto olvidó ese propósito y emuló a quienes combatía.  
Era la alternativa para mantenerse. Nadie iba a ceder en el empeño por recuperar el espacio que él les había quitado. Para protegerse y perpetuarse urdió la maraña y se coaligó con quienes también se abrían espacio desde la clandestinidad y que propagaron el embeleco de la refundación. Eso le costó la curul. Fue el primer descalabro, a pesar de lo cual mantuvo la cohesión de su grupo. Pero su ausencia se prolongó.
La solidez del mando empezó a resquebrajarse y el descontento a cundir. Lo que atajaba la debacle era el poder que manejaba a través de su hijo.
Pero el parapeto se derrumbó. Los cincuenta mil votos, que alegó su heredero para descalificar a los policías, no amortiguarán su caída. La contundencia del golpe ahora sí causará estragos. Sin nada que ofrecer la desbandada se materializará. Los burócratas necesitan cargos. Los allegados contratos. Todo esto es posible cuando uno tiene mando. A Merlano le queda poco. Ya no cuenta con la alcaldía de Sincelejo, ni con un representante a su lado. En los corrillos aseguran que las posiciones en que nombraron a sus recomendados pronto cambiarán de regentes. Un viraje que nadie pensó antes del incidente que desencadenará su ocaso.
Algo así como un eclipse al medio día, cuya consecuencia será la concentración de poder regional en menos manos y el decrecimiento de la representación de Sucre en el Senado, lo que algunos califican como desventaja.
Otros, en cambio, lo perciben como un asunto que solo afecta a un grupo. Al fin de cuentas, sostienen, los congresistas de aquí apenas si gestionan para ellos y no figuran, salvo cuando se involucran en situaciones que conducen a que las autoridades deciden dejarlos por fuera.
No obstante, el análisis de estos sucesos no puede limitarse al reducido ámbito de la mecánica electoral, sino ampliarse a las causas y consecuencias de la degradación de la imagen que nos causa el que los de aquí aparezcan en la prensa nacional solo cuando estallan escándalos derivados de corrupción o inmadurez y no cuando el hecho posibilita desarrollo y bienestar.

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