La única vez que he visto personalmente a Valerie Domínguez fue el pasado 16 de mayo en un vuelo de Barranquilla a Bogotá. Nunca imaginé que esa persona cordial y educada que me ayudó a identificar mi silla, fuera a estar la semana siguiente en un estrado judicial recibiendo de su exnovio, cuñada y suegra, la más infame y canalla inculpación de una supuesta infracción a la ley, a la que fue inducida por el propio Juan Manuel Dávila.
Esta malintencionada arremetida por parte de la familia Dávila Fernández de Soto contra Valerie despertó una inmensa solidaridad de todos los colombianos hacia esta exitosa actriz y generó un rechazo y desprecio a esa familia de cultivadores de palma africana del Magdalena. En el juicio transmitido por un canal de televisión, pudimos darnos cuenta de la sobreactuación de la familia de palmeros y la honorabilidad de la actriz. Se invirtieron los papeles.
El fiscal Martín Moreno dejó entrever una falta de objetividad en el manejo de la acusación, al tratar de revelar como prueba reina un refrito de un contrato de arrendamiento de un pedazo de tierra de una finca de su exnovio, que Valerie nunca usufructuó. Gracias a Dios, el Juez 38 de conocimiento negó la prueba, para que no afectara la integridad del proceso, decisión que fue respaldada por el delegado de la Procuraduría, quien expresó sus sospechas sobre la forma como llegó el documento a manos del fiscal.
A nadie le cabe duda que Valerie Domínguez es víctima de una trampa. No parece muy lógico que esta joven actriz, de una íntegra familia barranquillera, hija de un reconocido empresario de la joyería, fuera a dejar tirada su exitosa carrera en Bogotá para internarse en el monte a sembrar palma. ¡Por Dios! Cualquier televidente hubiese concluido hace rato, que el señor Dávila asaltó la buena fe y el buen corazón de Valerie para cometer esta bellaquería.
Tanto él como los funcionarios del Ministerio de Agricultura sabían que para poder aplicar a los subsidios del programa Agro Ingreso Seguro, había que demostrar experiencia en el sector agropecuario y tener un proyecto productivo con viabilidad técnica, financiera y ambiental. Estoy casi seguro que Valerie Domínguez no ha tenido una cuenta en el Banco Agrario, no sabe que es Finagro, jamás en su vida habrá escuchado las palabras ICR (Incentivo a la Capitalización Rural) y FAG (Fondo agropecuario de Garantía), ni se habrá enterado cual fue el procedimiento ante la fiduciaria para acceder a los subsidios de AIS. Tampoco creo que sepa el costo de una hectárea de palma, cuál es su rendimiento y el precio del fruto en el mercado. Esta es la verdadera prueba para concluir que Valerie Domínguez fue engañada y utilizada por Dávila para este malévolo propósito.
Aquí caben las siguientes preguntas: ¿Qué necesidad tenía este millonario empresario de la palma de engañar a su propia novia y al Estado? ¿Por qué el Ministerio de Agricultura en cabeza de Andrés Felipe Arias y el IICA, accedieron a entregar los millonarios subsidios a la familia Dávila Fernández de Soto? ¿Por qué están desviando el juicio hacia la víctima –Valerie Domínguez- y no juzgan a los autores de este supuesto fraude al Estado?
Señor Juan Manuel Dávila, si le queda algo de dignidad pida perdón a Valerie y a Dios.
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