El hecho de haber dedicado mucho tiempo a la cátedra, tanto en México como en los Estados Unidos, es insuficiente para medir la jerarquía de Fuentes como valor. Su magisterio superó los prototipos exaltados en las universidades como sobresalientes, y era tanta la presión íntima de lo que necesitaba decir, que la vida no le alcanzó para proporcionarse el placer de darles más de sí a sus miles de discípulos y millones de lectores.
En uno de sus ensayos, “El espejo enterrado”, Fuentes nos pasea por España e Iberoamérica con la conciencia de que la hazaña renacentista del Descubrimiento “fue el triunfo de la hipótesis sobre los hechos”, destacando lo que significó América (la anglosajona y la hispana juntas) como sacudida transformadora de la mentalidad moderna. El contenido de ese libro confirmó el diagnóstico de José Donoso sobre Fuentes: <<Es el “polígrafo” de su generación>>.
Ningún fenómeno político de México fue ajeno al Fuentes escrutador y contestatario. Su visión de la historia mexicana es enjundia con mensaje, y sus desaprobaciones a los dirigentes de todos los momentos, desde Hernán Cortés hasta Felipe Calderón, rotundas y convincentes. Con la misma aguzada pupila miraba la derrota de los aztecas en Tenochtitlán que el derrumbe del porfiriato después de treinta años de dominio, o las intenciones patrióticas de los luchadores del puro pueblo que la estafa histórica que amasó la casta burguesa posrevolucionaria con su detestable dictadura de partido.
¿Cuánto habría de sabiduría, cuánto de imaginación y cuánto de talento intuitivo en el Fuentes poseído por las letras y las artes que lo apasionaban? Tenía que haber de todo eso y más: la vida vivida y el mundo recorrido que reforzaron los libros, la disciplina, la fantasía, la sensibilidad y el amor. Su análisis sobre la gran novela latinoamericana es producto de esa mezcla de literatura y experiencias que le deparó el oficio. Allí están él, sus pares y sus sucesores en la aventura que universalizó nuestra realidad continental con los vuelos de la ficción.
“La muerte de Artemio Cruz”, su obra más leída, es el testimonio de sus desencantos con una revolución que tuvo sentido y programa, pero que careció de ejecutores que encauzaran, luego de sus primeros años, los propósitos que le dieron piso, y sus artículos periodísticos fueron el día a día de su inconformismo con las distorsiones postreras del presidencialismo de su país, cultivado como empresa sucia por la fila india de gobernantes que aflojaban y atesaban sus hilos envenenados. Nunca sacó de su corazón, sin embargo, la certeza de una segunda esperanza para el México de sus obsesiones.
Carlos Fuentes tuvo el honor de ser gemelo de Borges en el hall de los escritores latinoamericanos ignorados por la Academia Sueca.
*Columnista
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