El perfeccionamiento de nuestra capacidad de observación nos permite disfrutar de nuestros cinco sentidos y es la herramienta útil para optimizar el potencial de nuestra inteligencia mental. Nuestra memoria natural se acrecienta y nuestra imaginación se enriquece cuando utilizamos bien esa facultad.
Es muy grande el desperdicio que padecemos cuando por pereza no la utilizamos debidamente. En la práctica, mentalmente, es como si el mundo que nos rodea no existiera para nosotros, como si fuéramos sonámbulos.
En cambio, para aquellos que tienen el hábito de observar bien, la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto son vehículos permanentes para atraer material precioso a sus facultades mentales pues una imagen profundamente grabada es la clave del recuerdo y el alimento de la imaginación.
Para quienes carecen del espíritu de observación, el pasear por entre un jardín florido los deja sin admirar la textura de las hojas, el hermoso colorido de las flores o el aroma que se desprende de ellas. O pueden caminar, indiferentes, sobre las suaves arenas de una playa sin sentir su textura, sin percibir la belleza del mar ni la indescriptible hermosura de la puesta de sol cuando se sumerge en el infinito, cambiando los colores del cielo como un calidoscopio. Claro que para una persona así la memoria no guarda nada y la imaginación queda ayuna de esa experiencia desperdiciada.
Entonces uno se queja de no tener buena memoria y de carecer de imaginación; pero el espíritu de observación se puede cultivar y poco a poco ir fortaleciéndolo hasta recobrar la enorme capacidad que tuvo durante nuestros primeros años de existencia cuando nos asombrábamos a la vista de una mariposa o gozábamos intensamente el sabor de una golosina.
Pongámonos a prueba, cerremos los ojos y describamos minuciosamente lo que contiene la habitación donde nos encontramos. O una cualquiera de las habitaciones de la casa donde vivimos. Con demasiada frecuencia recorremos nuestro camino sin ver y sin oír las sabias enseñanzas de la vida. Necesitamos recuperar la capacidad de sentir intensamente, de maravillarnos y de procurar comprender.
Utilizando ejercicios convenientes debemos decidirnos a lograr sensaciones más exactas de nuestros cinco sentidos y a que las procuradas por uno de los sentidos complementen y verifiquen las registradas por los demás. Tenemos que adoptar la costumbre de conducir metódicamente nuestras observaciones, descomponiendo el objeto de las mismas en sus diferentes componentes.
Una vez que recibamos las informaciones que nos suministran nuestros sentidos, tenemos que someterlas al trabajo de reflexión de nuestra inteligencia para investigar las causas de las cosas y descubrir su verdadero significado.
Cada uno puede adoptar sus propios ejercicios de observación. Es fácil practicar algunos. Lo primero es procurar vivir en el aquí y el ahora y esforzarse por disfrutar el entorno en que uno se encuentra registrando metódicamente lo que ve, oye, huele o paladea y reflexionando sobre lo que nos llama específicamente la atención.
Por ejemplo, procure observar a sus interlocutores detalladamente: la expresión de su rostro, su manera de actuar y de vestir, su temperamento, etc., para ir formando sus opiniones que se van enriqueciendo con cada nuevo encuentro. Y goce admirando la variedad, perfección y belleza de las diferentes criaturas de Dios.
Después de crear el hábito de observar bien, la vida es más rica, interesante y placentera. Compruébelo.
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