Recuerdo especialmente las décadas de los 60-70, cuando era un sueño para la mayoría de estudiantes de primaria de la época continuar el bachillerato clásico en el Liceo de Bolívar. El Liceo era uno de los pocos símbolos educativos de Cartagena. Los modelos sugeridos eran el político, el del escritor venezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874), con su famosa “Urbanidad”, y el del padre Gaspar Astete con su Catecismo.
Era la época en la cual la educación y especialmente el bachillerato y los estudios de comercio representaban un “escalón” social y económico. La categoría de los profesores, el conjunto de asignaturas cursadas y la doble jornada le garantizaban al futuro bachiller un empleo. Estos estudiantes fueron los futuros contadores públicos juramentados por sus conocimientos de contabilidad y mecanografía, los profesores de literatura y escritura por las múltiples lecturas, la práctica de la “caligrafía Palmer” y el conocimiento de varias lenguas. Igualmente, los reclutados para los no menos prestigiosos puestos en la Refinería de Intercol, bien sea de obreros o asistentes, por sus habilidades matemáticas y manuales, bien acompañadas de un fuerte componente ético y de respeto.
Lastimosamente, las épocas cambiaron. También las habilidades y requerimientos del mercado laboral. No es que los colegios de secundaria o educación media en Cartagena se deterioraron, sino que además de no tener un fuerte sistema universitario que los acompañara en su momento, las otras ciudades y regiones de Colombia han alcanzando niveles sociales, educativos y tecnológicos muy superiores, alturas que en este momento no podremos alcanzar pero soñamos con tener.
Entender que el bachillerato no llena las expectativas ni las necesidades de los jóvenes, no genera la confianza necesaria para involucrarse, entre otras cosas porque nuestra sociedad les ha estado vendiendo la idea de que vivir íntegra y estoicamente no paga. Las innumerables series y telenovelas, la cultura del dinero fácil, al igual que “las casas por cárcel”, les han dado un norte diferente y distantes de los fines supremos que persigue la educación.
Toca, pues, dar la batalla para entender a los jóvenes en la realidad local; para que surjan material y espiritualmente se requiere la asistencia con gusto a la escuela y el colegio. Es la única alternativa que permitirá disfrutar no solo de nuestra historia heroica, sino también de la existencia de jóvenes competentes y cultos en nuestro derredor.
Para ello hay que realizar una inversión fuerte en empleo y tecnología, en asocio con los sectores empresariales de la ciudad, que motive a los jóvenes a retomar la senda estudiantil y les garantice un trabajo digno.
Para el empresario estadounidense Ron Bruder, fundador y director ejecutivo de Education for Employment Foundation (EFE), la educación no es solo responsabilidad de las escuelas. Por eso se deben comprometer a nuevos jugadores (ONG, organizaciones sin ánimo de lucro, alianzas publico-privadas) y explotar al máximo sus contribuciones para las instituciones tradicionales. Además que es necesario coordinar las lecciones que los estudiantes están aprendiendo con las habilidades requeridas en el mundo laboral.
*Profesor UTB
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