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Columna

“Lo que aprendí mientras mi avión se estrellaba”

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En una tarde fría del 15 de enero de 2009, con los termómetros marcando menos 10 grados centígrados, el vuelo 1549 de US Airways que despegó de New York con 155 pasajeros a bordo, es impactado por varias aves que lo obligan a acuatizar de emergencia en el rio Hudson, al costado de Manhattan.   
Según Carla Dove, ornitóloga forense del Instituto Smithsonian en Washington D.C., quien fue contratada posteriormente para identificar las plumas que quedaron incrustadas en el aparato, conceptuó que los culpables desafortunados del incidente eran unos gansos migratorios canadienses de apetito y tamaño generoso, con peso promedio de 3,6 kg de carne magra y hueso algo congelado. Para la científica, las turbinas se diseñan para soportar el impacto de aves con la mitad de dicho peso, lo que explica por qué el jet se averió y debió amerizar a los empellones.
Aunque la seguridad aérea no era el tema inicial de mi columna, ante semejante diagnóstico, sí creo prudente hacer un paréntesis y sugerirle a la Aeronáutica Civil que realice un estudio lo más detallado posible para evaluar el peso corporal de los “goleros” (gallinazos) que merodean nuestro bello cielo Heroico. Porque sin ser experto en la materia, es posible que dicha masa generosa de  plumaje negro, con cara de circunspecto y comensal de cadáveres alebrestado, tenga las condiciones anatómicas para poner en aprietos a cualquier aeroplano que se aproxime a nuestro espacio amurallado. Como quien dice: “Estudio prevenido vale por dos”.
Surtida la anterior recomendación, paso ahora a referirles la historia de Ric Elias, quien esa tarde viajaba en la primera fila del referido vuelo. 
Cuenta el señor que el avión despegó normalmente, y que estando como a 900 mts de altura, se escuchó una explosión. Las turbinas quedaron sonando como: clac, clac, clac, clac…; mientras el jet perdía altitud. En ese instante el piloto reacciona, desvía el aeroplano hacía el rio Hudson, apaga las turbinas y por el micrófono anuncia una frase lapidaria que a todos los deja helados: “Prepárense para el impacto”.  
“Nunca olvidaré la cara de terror de la azafata”, manifestó, Ric. La vida te cambia en un instante. “No puede ser”, se decía. “Yo no quiero morir”. 
En aquel momento –antes de chocar- se le vienen tres pensamientos diferentes que posteriormente le cambiaron su vida. El primero fue darse cuenta de la importancia de vivir el presente. “Hay tantas experiencias y cosas pendientes, que prefiero vivirlas ahora. Si tengo un buen vino, y la persona indicada, me lo tomo. La verdad, no sé si tendré un mañana”.
El segundo pensamiento tuvo que ver con el arrepentimiento de vivir acompañado de tantas complicaciones y enredos tontos. “Si sobrevivo, quiero estar en paz con la vida. No quiero más peleas pendejas con mi mujer o con cualquiera. Quiero vivir una vida tranquila, y ya no me interesa tener la razón”, se dijo. 
Finalmente, segundos antes del impacto, Ric descubrió que no tenía miedo de morir. Lo que tenía es una tristeza enorme ante el hecho de no poder ver crecer a sus hijos. “En aquel instante descubrí que nuestro mayor propósito en la vida es ser buenos padres. Así de sencillo. Y para entenderlo, no hay que esperar que se te caiga tu avión”, sentenció.

*M.A. Economía, Empresario

jer@realsa.co

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