Durante la primera clase de una Facultad de Economía en Liverpool (Inglaterra), el profesor nos decía: “Inglaterra carece de riquezas naturales, ha sido edificada sobre tierra muy pobre y sin embargo hemos sido un imperio, el más grande y poderoso, nuestra riqueza ha dependido de los colegios y universidades que forjaron a nuestros líderes, hicieron a nuestros ciudadanos dueños de sí mismos, personas responsables y capaces quienes crearon los sistemas bancarios y de seguros más eficientes, la flota mercante más poderosa, etc.”.
Estoy de acuerdo, formar buenos ciudadanos es lo más importante para una ciudad, país, cultura, o civilización. Colombia es un país extraordinariamente rico en recursos naturales y su población es valiosa y de razas diferentes.
¿Qué nos falta?
Educar a nuestros ciudadanos para vidas saludables, prósperas y felices para sí mismos y la sociedad. ¿Cómo? Modificando radicalmente su crianza y enseñanza. La educación del buen ciudadano debe empezar antes de su nacimiento y se consolida en los siete primeros años de vida. El hogar, los jardines infantiles y el preescolar son los primeros laboratorios de donde surgen los buenos ciudadanos.
¿Cuáles instrumentos deben utilizarse?
El primero y esencial es el amor de los padres y de quienes rodean al recién nacido y al niño. Esa criatura asimila el amor o el desamor de sus padres y de quienes la cuidan. Y esa sensación de sentirse amada le es tan importante como la leche que mama de su madre. Allí empieza a edificarse su personalidad, su confianza en sí mismo y su propia capacidad de amar. O en su defecto, muchos de los conflictos que afrontará.
El ambiente que rodea a la criatura en los primeros años tendrá efectos perdurables en su emotividad, le facilitará o no el desarrollo de su inteligencia emocional tan importante para su vida. Es trascendental y poco se tiene en cuenta.
Hay que observar los gustos del niño. En esos primeros años empezará a dar luces sobre sus posibles talentos naturales; si le gusta el deporte, la música, el dibujo, la matemática, etc. Esa observación se complementa en el bachillerato. Qué aprende con facilidad, qué suele hacer mejor que los compañeros, qué le divierte más. Y en la medida que el talento sobresaliente se da a conocer, se le encausa hacía las asignaturas correspondientes para que lo vaya perfeccionando.
Es una pérdida de tiempo poner a estudiar a un niño materias para las cuales no muestra aptitud. Es mejor poner las bases de lo que en el futuro será el arte, oficio o profesión con que se ganará la vida, e ir moldeando su carácter.
Esto último se logra convirtiendo en práctica diaria, desde la juventud, los hábitos de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Son ideas elementales, obvias, pero de las cuales no tenemos conciencia en la vida diaria. Al estudiar la conducta de la mayoría de los ciudadanos de los países desarrollados es fácil observar que cumplen lo siguiente:
Para ellos es fundamental centrar el carácter sobre principios éticos. Son íntegros, responsables de sus actos y de la creación de un ambiente propicio para todos. Respetan las leyes, reglamentos y derechos de los demás. Desarrollan su talento predominante y aman su trabajo. Buscan la superación, la excelencia en lo que hacen. Ahorran como medio de hacerse independientes. Son puntuales.
albertoaraujomerlano@hotmail.com