Si algo ha caracterizado a Cartagena de Indias en los tiempos modernos, además de la magia que generan la belleza del entorno natural y la huella de la historia, es el ambiente de tranquilidad ciudadana. La armonía social y la calidez en el trato humano que tradicionalmente ha identificado a sus moradores, han permitido que la ciudad disfrutara de una convivencia formidable. Durante todas estas décadas de conflicto armado en nuestro país, la Ciudad Heroica había sido un refugio de paz y tolerancia. Desafortunadamente las cosas buenas no duran indefinidamente. Las estadísticas oficiales sobre la criminalidad desbordada en la capital de Bolívar, reveladas la semana anterior, nos ponen frente a una realidad de descomposición social impactante. Las apacibles horas de buen vivir en la comunidad cartagenera, se han visto sustituidas por el imperio del hampa. Las cifras publicadas hablan por sí solas. Hasta hace exactamente una semana, en lo que va corrido del año se tenían contabilizados 77 crímenes cometidos por sicarios y 105 homicidios conocidos por las autoridades competentes. La coyuntura trágica que ahora padece la villa de don Pedro de Heredia, se enfrenta en incontables ciudades y poblados colombianos. La seguridad democrática impulsada por el presidente Uribe Vélez ha dado estupendos frutos en el sector campesino. Los asaltos armados a villorrios y caseríos rurales es prácticamente historia del pasado. En todas las municipalidades, las fuerzas del orden han ido cerrándole el paso a las bandas de forajidos. Carreteras y caminos han recuperado el entendimiento cívico, quedando el rezago de grupúsculos que tienen como propósito definido la siembra del terror. Lamentablemente la reconquista del ejercicio de la autoridad y la vigencia de la ley, se han consolidado sólo en los campos. En doloroso contraste, el desmadre de la delincuencia en las ciudades ha venido aumentando cada día. Y de este fenómeno Cartagena de Indias no se ha salvado. La facilidad de locomoción terrestre, por las medidas de seguridad que amparan a los ciudadanos, posiblemente ha facilitado la llegada al “Corralito de Piedra” de toda suerte de malandrines. Y lo que ayer eran excepciones, hoy aparece como actualidad cotidiana. Lo que debe seguir ahora es que, bajo el liderazgo de la Alcaldesa Pinedo Flórez, cuya capacidad ejecutiva es bien conocida, las autoridades militares y de policía y las gentes de bien, que siguen siendo la inmensa mayoría, cierren filas para librar una batalla a fondo contra el delito, recuperando para Cartagena de Indias uno de sus activos más preciados, como es la seguridad ciudadana. Lo que está en juego es el futuro de una ciudad y su vocación de progreso. Las perspectivas de desarrollo industrial, con la petroquímica a la cabeza, y la paulatina llegada de empresarios de la procedencia más diversa, atraídos por el horizonte que abren los acuerdos comerciales y otras herramientas integradoras, agregándose la privilegiada posición geográfica urbana, pueden irse al traste si flaquea la defensa de vidas e instalaciones materiales. De ahí que las cifras puestas al descubierto sobre el accionar delictivo, constituyan un campanazo de alerta, que no debe perderse en medio de otras preocupaciones pasajeras. marcan2@etb.net.co