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Turismo de guerra: cuando el sufrimiento ajeno se vuelve espectáculo

Alrededor de 800 dólares (más de $3 millones colombianos) pagan quienes reservan este tour para recibir la experiencia inmersiva. Estos son algunos cuestionamientos desde la mirada de expertos.

Turismo de guerra: cuando el sufrimiento ajeno se vuelve espectáculo

Imagen para ilustrar fenómeno de Turismo de Guerra. // Foto: EFE y recurso de Pexel

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Ponen la vista frente a unos binoculares de alto alcance, mojan el paladar con un par de cervezas y disfrutan del espectáculo: la panorámica parece sacada de un fragmento de filmografía bélica.

Desde una colina privilegiada vislumbran un cúmulo de sujetos NN moviéndose en un escenario caótico.Observan cómo acciones ajenas a la vida en común hacen que se enfrenten unos con otros.

Esta atracción turística se parece al “turismo necrológico” (visitar lugares marcados por la tragedia), pero no es lo mismo, pues aquí se visualizan ataques a la Franja de Gaza, en vivo y en directo.

Decenas de personas reunidas en el principal mirador de Sderot (ciudad israelí frente a la Franja de Gaza) son el pan de cada día. Alrededor de 800 dólares (más de $3 millones colombianos) pagan quienes reservan este tour para recibir la experiencia inmersiva. Lea también: Israel pausa ciertos ataques en Gaza: ¿qué hay detrás del anuncio?

Las opiniones de los visitantes suelen coincidir: “Es triste, da miedo, pero lo entiendo como una forma de protección por parte de Israel. Venir aquí y ver el frente con mis propios ojos ayuda a entender la historia más a fondo”, es la postura de una joven estadounidense que viajó hasta la zona para apoyar a Israel.

Bombardeos en Franja de Gaza. // EFE
Bombardeos en Franja de Gaza. // EFE
Bombardeos en Franja de Gaza. // EFE
Bombardeos en Franja de Gaza. // EFE

Turismo de guerra: críticas por negocio que convierte tragedia en entretenimiento

El fenómeno no tiene nada de nuevo, porque algo similar ocurre en Ucrania, donde empresas ofrecen visitas guiadas a localidades afectadas por el conflicto con Rusia. Pero su crecimiento ha sido duramente criticado por organismos internacionales y activistas.

Desde la sociología hay mucho por preguntarse al respecto: ¿en qué momento se cruza la línea y observar se transforma en crueldad?, ¿es desensibilización o morbo, o ambas?, ¿las redes sociales nos han empujado a esto?, ¿esta generación es más indiferente al dolor ajeno?, ¿qué implica pagar por ver sufrir al otro? Quizá no haya una respuesta precisa para preguntas que develarían la individualidad de cada persona. Pero para comprender este tema, El Universal conversó con el sociólogo Raúl Paniagua, quien analiza este fenómeno muchas veces mediado por el control ideológico y otros factores sociales.

Para Paniagua, en las sociedades hay dinámicas que demuestran que se han perdido los marcos de referencia sobre conflictos históricos, como la Primera y Segunda Guerra Mundial, que parecían superados, pero que se replican de cierta forma en las guerras actuales.

“A veces pienso que hemos olvidado demasiado rápido lo que significaron acontecimientos como la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Se asume que ya fueron superados, que pertenecen al pasado, cuando en realidad los conflictos actuales (Ucrania, Israel, y varias naciones de Asia y África) dejan al descubierto que los sentimientos religiosos, nacionalistas o étnicos siguen siendo fuerzas activas, capaces de movilizar y de manipular”, sugiere Paniagua.

El placer perverso

Para el sociólogo, lo inquietante es cómo esos sentimientos se convierten en herramientas de control ideológico, amplificadas por medios masivos: “Hoy, a través de las redes, asistimos a una banalización del dolor. Basta mirar ciertos videos para notar lo que podríamos llamar un placer perverso: el disfrute de la tragedia ajena. Porque no basta con ir a disfrutar de la experiencia turística, la gente observa a diario desde su celular lo que pasa”.

Argumenta que en contextos como estos se construye una ética y una estética sostenidas en la carencia. Y en esa carencia se refleja una pregunta: ¿qué sucede en una persona cuando ya no siente nada frente al dolor de los demás?

“Lo paradójico es que, mientras en el mundo se cierran zoológicos, desaparecen parques temáticos con animales y disminuye la oferta de safaris, surge una “atracción” centrada en el sufrimiento humano. Es como si algunas personas, al perder esas formas tradicionales de entretenimiento basadas en la dominación animal, buscaran ahora el espectáculo del dolor”.

Imagen para ilustrar fenómeno de Turismo de Guerra. // Foto: recurso de Pexel
Imagen para ilustrar fenómeno de Turismo de Guerra. // Foto: recurso de Pexel

Pagar por presenciar la guerra

No se trata solo de Gaza o Israel; este fenómeno tiene antecedentes en otros contextos del siglo XXI e incluso del anterior. Un claro ejemplo son conflictos como los de Líbano, Siria o en ciertas regiones de África, una especie de espectáculo para algunos sectores.

“Es una ruptura con los principios más elementales que nos definen como seres humanos: la compasión, la solidaridad, el reconocimiento del dolor. Son valores que la humanidad ha intentado construir durante siglos, pero que ciertos grupos parecen haber desechado deliberadamente”.

Paniagua lo explica como un fenómeno sostenido en tres pilares. Primero, una percepción de superioridad: quien paga por observar el sufrimiento lo hace desde la convicción de que su vida vale más que la de quienes padecen. Segundo, un etnocentrismo arraigado: la idea de que los otros son “bárbaros” y no merecen compasión. Y, tercero, un factor económico ligado al privilegio de quienes tienen el dinero para darle un vuelco al dolor y capitalizarlo, convirtiéndolo en una experiencia de consumo.

¿Está lejos de regularse el turismo de guerra?

“Frente a la regulación creo que hay dimensiones que deben considerarse, porque resulta muy difícil de abordar desde los Estados u organizaciones privadas. No se trata solo de regular una actividad económica, sino de cuestionar un modelo cultural. Esta tendencia no es muy distinta a fenómenos extremos del capitalismo contemporáneo: los multimillonarios que pagan millones por un paseo de veinte minutos en el espacio, o quienes se lanzan a expediciones al fondo del océano en cápsulas. Muestran hasta qué punto una sociedad de consumo puede exhibir lo peor de sí misma cuando el dinero sustituye cualquier criterio ético. Lo preocupante es que, mientras existan conflictos y personas con poder adquisitivo y sin conciencia, este tipo de turismo perverso seguirá encontrando terreno fértil para crecer”.

Paniagua concluye con que quizá el verdadero campo de batalla hoy no sea geográfico, sino moral. Quizá la indiferencia no está puesta solo en los binoculares, sino en la multifragmentación de los hechos que se consumen y normalizan a diario en los entornos digitales.

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