Puerto Príncipe (Haití) amaneció otra vez entre el eco lejano de las balas y el humo de un edificio que ya no existe. El Hotel Oloffson, icono de la arquitectura colonial y corazón de la vida cultural haitiana, fue consumido por las llamas el 5 de julio. Los medios intuyeron que lo prendieron en fuego las pandillas que hoy mandan más que el propio gobierno. Para muchos, su caída fue el símbolo más reciente de un país que se desmorona en cámara lenta.

El veterano gerente del hotel, Richard Morse, quien había estado supervisando la propiedad de forma remota desde Estados Unidos por el cierre del hotel en 2022, dijo a The Associated Press (AP) que durante varios meses hubo rumores persistentes de que el hotel se había incendiado, por eso cuando llegó realmente la noticia pensó que no era verdad. Lea también: La historia del asesinato del presidente de Haití que salpicó a Colombia
Ante el incendio, Richard Morse señaló que era reacio a hablar sobre lo que le sucedió al hotel, dado que en Haití “tantas personas están muriendo, siendo violadas y perdiendo todo que no querría que el enfoque esté en el hotel”.
Hoy, según la ONU, las bandas criminales controlan al menos el 85% de Puerto Príncipe y gran parte del centro del país. Se estima que hay más de 200 grupos armados activos.
Haití: el origen de la violencia
El terremoto del 2010 que mató a más de 200.000 personas en Haití no solo redujo edificios a escombros. También destruyó las pocas estructuras institucionales que aún sostenían a la nación más pobre de América Latina. La ayuda llegó por montones, pero los medios internacionales han datado como fue mal administrada. La corrupción, el caos y la desconfianza hicieron lo suyo.
Con el paso del tiempo, Haití fue cayendo en una crisis política sin salida. No hubo elecciones regulares. Se disolvió el Parlamento. Y en medio de ese vacío de poder, el entonces presidente Jovenel Moïse gobernaba por decreto. En julio de 2021 fue asesinado dentro de su propia casa por un comando armado. El crimen, todavía sin esclarecer del todo, marcó un punto de quiebre.

Desde entonces, Haití quedó en manos de gobiernos interinos, sin legitimidad ni fuerza para gobernar. La Policía quedó sola. El Ejército no existe desde los años 90. Y en medio de ese desorden, las pandillas comenzaron a ocupar el lugar del Estado. Lea también: “Hay 17 colombianos pudriéndose en Haití”: Luis Carlos Vélez
Hoy, según la ONU, las bandas criminales controlan al menos el 85% de Puerto Príncipe y gran parte del centro del país. Se estima que hay más de 200 grupos armados activos, muchos de ellos, describen medios locales, con armamento más sofisticado que la misma Policía. Cobran peajes, reclutan niños, extorsionan barrios enteros, secuestran, violan, asesinan.
En Haití la violencia sexual esta normalizada, los testimonios de madres intentando proteger a sus hijos abundan y las cifras de desplazamiento forzado aumentan día tras día.
Dos grandes coaliciones, G9 y G-Pep, se disputan el control del territorio. Sus jefes se hacen llamar “líderes comunitarios”, pero su poder se ejerce con sangre. Y el Estado simplemente ha desaparecido de muchos sectores.
Desde 2020, Haití se ha convertido en un país en guerra no declarada que se libra calle por calle, con la gente atrapada en medio.

Haití: hambre, pobreza y miedo
A esta guerra se suma el hambre. Cerca de 5 millones de personas se enfrentan a altos niveles de hambre, y 1,6 millones están en situación de emergencia, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA); no hay comida ni agua suficiente en el territorio. Los niños mueren por enfermedades curables. Las madres piden a gritos que alguien les ayude. Le recomendamos leer: Haití: ONU entrega preocupante informe sobre las muertes en el país
A pesar de todo, del miedo y la incertidumbre, del hambre y la posibilidad de ser asesinado en cualquier momento, Haití sigue vivo..., en los niños que juegan fútbol entre ruinas, en las maestras que enseñan escondidas de los tiroteos, en los periodistas que denuncian, aunque sean amenazados; en los artistas que pintan la esperanza.

Aunque la situación en Haití no tiene tanta visibilidad como otros conflictos internacionales, sigue resonando en la mente de quienes han leído al menos un testimonio de los haitianos, sus historias datan la magnitud de lo que están enfrentando.