Israel lanzó el miércoles una serie de bombardeos sobre el centro de Damasco, alcanzando la entrada del cuartel general del Ejército sirio y un “objetivo militar” cercano al palacio presidencial.

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Agencia EfeEl ataque, que dejó al menos tres muertos y 34 heridos, según autoridades sirias, representa una de las acciones más directas de Israel en la capital en los últimos años y se da en medio de una creciente tensión por los enfrentamientos en la ciudad de Sweida, al sur de Siria. Lea:Educación en Cartagena recibe inversión récord del Distrito
Los combates comenzaron el domingo entre combatientes drusos y tribus beduinas sunitas, después del secuestro de un comerciante druso. La escalada derivó en múltiples secuestros de represalia y en la entrada del Ejército sirio a la ciudad el martes.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), más de 300 personas han muerto desde el inicio de la violencia, incluidos 40 civiles drusos, 27 de los cuales habrían sido ejecutados de forma sumaria por fuerzas gubernamentales.

Resurgimiento del conflicto en Siria: minorías, sectarismo y geopolítica regional
Tras la caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre pasado, Siria atraviesa un periodo de inestabilidad donde los enfrentamientos entre grupos armados drusos y fuerzas gubernamentales han desatado una nueva oleada de violencia. Lejos de representar una transición pacífica, el nuevo gobierno, dominado por antiguos insurgentes islamistas, ha avivado tensiones históricas y agravado las fisuras sectarias del país.
El pueblo druso, una minoría religiosa con raíces ismailíes, ha sido históricamente ambivalente respecto al poder central sirio. Bajo el gobierno alauita de Assad, gozaban de cierta protección y representación, aunque sin un poder significativo. La exclusión casi total de los drusos en el nuevo gabinete —con solo un ministro— ha sido percibida como una traición al discurso de inclusión y ha alimentado la polarización interna dentro de esta comunidad.
Los recientes ataques contra civiles drusos y las humillaciones públicas —como el afeitado forzado del bigote, símbolo de dignidad masculina— han catalizado una respuesta violenta. La violencia no es solamente reacción a un incidente puntual, como el robo en un puesto de control, sino el resultado de una acumulación de agravios, miedos históricos y marginación política.
Riesgos de una nueva guerra civil fragmentada
La violencia reciente no puede entenderse aisladamente: se inserta en un panorama más amplio de tensiones sectarias, desconfianza interétnica y luchas por el poder entre facciones armadas. Las masacres de marzo, que involucraron emboscadas y represalias sectarias contra alauitas, muestran que el legado de la guerra civil anterior sigue intacto.
El acuerdo fallido entre el gobierno de Damasco y las autoridades kurdas es otro signo del colapso del orden político. En vez de una reconstrucción nacional basada en el pluralismo, Siria parece dirigirse hacia una fragmentación prolongada, donde cada minoría se arma para su supervivencia, y el Estado pierde legitimidad ante todos los frentes.